NO es por provocar, pero entre los políticos andaluces más inteligentes destacan los ministros principales de Gibraltar. Peter Caruana era un picapleitos distinguido e irrebatible, con un sentido del humor equidistante entre Oxford y la Bajadilla. Un día, conversando con él en el Alfonso XIII de Sevilla, me explicó qué ocurriría si España acude a los tribunales internacionales para reclamar las aguas que ellos consideran suyas: "No hay ninguna playa en el mundo donde la arena sea de un país y el mar, de otro". Fabián Picardo, el actual mandatario, es un terciopelo con un puño de hierro: a su hijos les pone los dibujos animados en español. En el mundo hay conflictos irresolubles, y el del Peñón es uno de ellos: España no renunciará nunca a una parte de su territorio ni los llanitos querrán ser españoles. La doctrina Moratinos mantenía que hay que apartar la sustancia irresoluble, convivir con ella y solventar los problemas locales. Por eso nació el foro tripartido entre España, el Reino Unido y Gibraltar, para hablar del aeropuerto o de los pescadores. García Margallo rompió con ello, y con Picardo, más radical que Caruana, se está lanzando a una espiral de tensión que no llega a más porque ambos países, España y Reino Unido, son democracias. La población del Campo de Gibraltar, la de la Roca y los 5.000 españoles que trabajan diariamente allí merecen otra mesa y menos Historia.
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