Acción de gracias

Un hombre afable

En Candaya, el sello que deja el editor Paco Robles, la literatura siempre estaba ligada a la vida, a lo humano

Fran G. Matute lo recuerda en las primeras ediciones del Bookstock, con el fabuloso catálogo que había levantado junto a Olga desplegado en una mesa y él entregado a la lectura o corrección de un manuscrito en los tiempos muertos en que no tenía que atender a ningún cliente. Paco Robles (Jerez de la Frontera, 1957) era "un editor de primer nivel que no se daba importancia", como demuestran apuestas arriesgadas y sólidas como Vivir abajo, de Gustavo Faverón, uno de los títulos que destaca Matute de un sello que ha dado cobijo, en sus casi dos décadas, a un buen puñado de nombres incontestables. Paco y Olga actuaban siempre con discreción, pero esa reserva era compatible con el entusiasmo, su disciplina se acompañaba siempre de la pasión: nos fascinaban con la intrahistoria de sus proyectos, con la ilusión que expresaban al hablar de las novelas y los poemarios en preparación.

En Candaya la literatura siempre estaba ligada a la vida, se mostraba inseparable de lo humano: en los viajes de promoción de sus obras por la geografía española surgía un vínculo de fraternidad entre los editores y los autores, y cada parada se convertía en una celebración de la amistad con libreros y lectores. Carlos Frontera, que publicó con ellos la sensacional Eco, rememora a ese editor valiente y lúcido como un tipo con alma de niño que arrastraba a los demás a un "territorio dichoso". El escritor evoca cómo Paco, "sabedor de lo que disfruto con estas pamplinas, soltaba un juego de palabras. El calambur era a veces bueno y a veces no, como ocurre con estas florituras lingüísticas, pero lo que era inmutable era la risa inmediata que estallaba en su cara, una risa discreta y franca, contagiosa, reflejo de su carácter".

Juan F. Rivero, cuyo poemario Las hogueras azules vio la luz en Candaya, describe a Paco en dos rasgos: el cariño que ponía en sus proyectos y la integridad con la que ejercía su oficio. El editor, que había trabajado como profesor de Literatura, volcó también en los libros, dice Rivero, "la voluntad de cambiar la sociedad" que había mostrado en la docencia.

Hasier Larretxea, que publicará en el sello su próximo poemario, Hijos del peligro, solía quedarse cautivado cuando ese hombre "afable y reservado" se volvía un orador estupendo y encadenaba las vivencias junto a sus autores, esos con los que había formado una colección que es un "regalo" y con la que muchos lectores españoles descubrieron a algunos autores imprescindibles de Hispanoamérica. Ahora, unos días después de la muerte de Paco, nos corresponde a nosotros, sus lectores, cuidar el legado que deja, recordarlo como siempre vivió: rodeado de amigos y de esa admiración verdadera que suscitan los hombres humildes y sabios.

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