Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El hombre de los caramelos

Sorpresa: los gurús digitales quieren a todos usuarios de sus artefactos prodigiosos… menos a sus pequeños

El hombre de los caramelos es un personaje de leyenda. Según cantaba La Orquesta Mondragón, "Envuelto en un abrigo gris / En la puerta del colegio / Con su bolsa de caramelos / Espera para hacerte feliz". Fue para la generación de los baby boomers -yo, quizá usted- un digno sucesor evolucionado del Hombre del saco y del Sacamantecas, una versión a la española de Jack el Destripador: asustaniños que sacaban las mantecas a las criaturitas y a las mujeres para hacer jabones y ungüentos; o las entrañas para sus perversiones, hambre incluida. El Hombre de los caramelos era, bien mirado, un inversor: regalaba sus caramelos trufados de droga a los colegiales en los 80. Tal desembolso era recuperado por un cash-flow constante una vez hecho al zagal afecto y cliente, y después adicto. Todo esto es truculento, desde luego, pero desprovisto de truculencia se trata un esquema clásico del marketing: la creación de la necesidad en el consumidor. Por su propio pie. Con gratuidad. Con caramelos de relojería.

Este fin de semana hemos sabido (El País: Los gurús de Silicon Valley crían a sus hijos sin pantallas, P. Guimón) que los estrategas de la digitalización y los altos directivos de los gigantes tecnológicos llevan ahora a sus críos a colegios predigitales. Una tendencia contraria a la del resto del planeta, que abomina de la pizarra y el puntero de madera, de la regla y el plumier, y restringen el papel y el lápiz, oh anatemas antediluvianos que no crean competencia digital ninguna. Pues va a ser que sí, que propician un mejor desarrollo en edades tiernas. Todo esto puede atribuirse a una fase de retorno -con su bofetón- de un ciclo pendular: los druidas se han dado cuenta, ¡eureka!, de que hasta bien entrada la adolescencia el software y hardware que ellos han hecho soberano planetario no trae nada bueno a los chicos, y sí una adicción severa desde la tierna infancia. Sus políticas de Responsabilidad Social (RSC) no fueron tan allá, vaya. Irónico, ¿verdad? Esto se da todas las trazas de un Gran Quedo Global (GQG). A los padres y madres que fueron incautos o crédulos siempre les quedará la terapia de desintoxicación: la suya y la de sus jóvenes hijos, ya mayorcitos. También deberán soportar la sorna de los que presumen a toro pasado: los padres del año de hijos del siglo. Que suelen tender a escupir hacia arriba, ojo (que cierren el ojo, digo, por si acaso).

Un detalle: una cuidadora de niños de Palo Alto revela que su contrato le prohíbe cualquier uso del móvil en la casa o frente a los niños. Se llama Martínez de apellido.

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