EN la Sevilla del euro todavía hay quienes se molestan porque un cambio de Gobierno (dos, con la carambola de Griñán) solape la Semana Santa a pie de calle. Es un reflejo de la infancia vivida bajo otros parámetros. Los protagonistas de la fiesta pueden compaginar perfectamente estar a lo suyo, así en el Cerro como en el Postigo, y constatar que el nuevo Consejo de Ministros no tiene un solo sevillano, papel que le toca representar a Chaves por empadronamiento.

Zapatero no comulga con la austeridad para gobernar con menos ministerios y altos cargos, pese a que casi todas las competencias y funcionarios son autonómicos. Su talante (y el del tándem Chaves-Zarrías), va en dirección contraria a lo que necesitamos: más inversiones y menos organismos. Junto a ministerios esenciales como Exteriores, Defensa e Interior, los hay sin base como Igualdad y Vivienda.

A la historia de la teoría política pasará Zapatero por su ocurrencia de asumir la política deportiva en Presidencia. Impensable que la NBA dependiera de Obama. Cuando ganamos la Eurocopa, ya les dije que el Gobierno, a falta de capacidad para luchar contra la crisis, iba a patrimonializar los éxitos de nuestras figuras como si La Moncloa fuera su cantera. Pronto nombrará embajadores a Nadal, Gasol, Alonso y Contador. Y en la cumbre europea del 2010 en Sevilla, Merkel, Sarkozy y demás mandatarios no serán agasajados con una cena en el Alcázar, sino con un tiki-taka de Xavi e Iniesta en el Estadio de la Cartuja.

Les cuento cómo se rematan los flecos de un cambio de Gobierno. La entrada de José Blanco en Fomento y la reciente de Caamaño en Justicia, en lugar de Bermejo, provocan la destitución de Molina como ministro de Cultura, pese a no estar cuestionado. Con Salgado, Blanco y Caamaño, serían cuatro gallegos, y en el reparto de carteras importa más la paridad y la procedencia geográfica. Por eso hay ministros y ministras floreros.