¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La hora de Itálica

Tras años de ninguneo por parte de la Junta, la sociedad civil sevillana empieza a tomarse en serio a Itálica

Los antiguos llamaban a Itálica Sevilla la Vieja. Creían, equivocadamente, que las ruinas de Santiponce habían sido el primitivo solar de la Muy Mariana, algo completamente incierto. Más bien, Itálica e Hispalis debieron ser ciudades adversarias, con un largo memorial de agravios y rivalidades pueblerinas, algo normal en la vetusta historia del municipalismo hispánico. Sin embargo, el tiempo obró la paradoja de que Itálica se convirtiese en uno de los orgullos de la Sevilla contemporánea. Antes la desguazó minuciosamente para el adorno de las grandes casas, no sólo la de Pilatos o la Condesa de Lebrija, sino también otras más desconocidas y recónditas donde es habitual encontrar un capitel con acantos o un mosaico mitológico. La arqueóloga y catedrática Pilar León-Castro intentó hace años organizar una exposición con esas secretas colecciones privadas, pero se encontró con un muro de desconfianza. Sevilla no es una ciudad fácil.

En la actualidad, Itálica es una especie de parque periurbano al que van los sevillanos a dar una vuelta antes de devorar las carnes y milhojas del Ventorrillo Canario, entre niños gritones y familias que siguen siendo romanas por su extensión y cohesión. Sin embargo, como nos dijo recientemente Juan Manuel Cortés Copete, uno de los muchos historiadores y arqueólogos sevillanos que han crecido a la sombra del conjunto, el conocimiento de Itálica más allá de nuestro limes es nulo. Sencillamente, su nombre no aparece en los manuales con los que los universitarios de todo el mundo estudian Historia Antigua. Aun así, de este "mustio collado", como definió a las ruinas Rodrigo Caro en su conocido poema, brotó la Venus que hoy se puede ver en el Museo Arqueológico gracias a Romero Murube, quien tras limpiarla amorosamente con una esponja en los patios del Alcázar, espantó a los moscones madrileños que pretendía llevársela a la Villa y Corte. El Arqueológico no se puede comprender sin Itálica, su principal proveedora de piedras. Ahora que no nos escucha nadie lo diremos: frente a la grandeza de las estatuas de Mercurio o Diana, el Tesoro del Carambolo se nos antoja mera joyería de postín, con todos los respetos para Argantonio. Pero ya sabemos que Tartessos es nuestra identidad y los romanos gente de paso.

Tras años de ninguneo por parte de la Junta -si se compara con otros mimados y morunos conjuntos arqueológicos-, una inciativa ciudadana, Civisur, impulsa la candidatura para que Itálica sea Patrimonio Mundial de la Unesco, lo cual nos parece algo imprescindible no sólo para su conocimiento internacional, sino sobre todo para que la Administración autónoma se la tome en serio. Itálica debe ser mucho más que un lugar de paseo dominical: debe ser, junto al Museo Arqueológico -otro gran olvidado-, el corazón de la reivindicación de las raíces romanas de Sevilla y Andalucía.

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