Diecisiete puntos es la distancia que el derbi se encargó de corroborar. Diecisiete puntos y lo que te rondaré, pues antier noche, en el ruido silencioso de Nervión, se abrió la veda para una distancia más escandalosa y que hasta puede llegar a aquella de la segunda mitad de los noventa en que una noche de Feria mandó a la cama a los que iban arriba gracias a un gol de Suker con la diestra. Para más inri, el gol fue con la mala.

El derbi del silencio dejó en evidencia al Betis de Rubi y, por ende, al de Haro y Catalán, víctimas subsidiarias de la inoperancia del vestuario. Como decíamos ayer en este mismo rincón, el confinamiento lo ha llevado mejor el Sevilla, que laminó prácticamente a un equipo que salió presionando a Vaclik para ir reculando hasta ponerse en el regazo de Joel. Y ahora se abre un melón que vamos a ver cómo resulta, si deriva a pepino amargo o a qué leches deriva.

Viendo el presente y sus circunstancias, ¿cómo pinta el futuro a corto del Betis? Con los dos cursos sin solución de continuidad, prácticamente cogiditos de la mano, ¿qué tiempo le queda al Betis para planificar un futuro que casi es presente? La imagen dada antier noche en el silencio de Nervión de equipo timorato en una noche donde puede esperarse cualquier cosa menos el absentismo laboral indica que mejorar lo que hay no sólo conviene, sino que es obligatorio.

Tras la desdicha que resultó aburrir a Setién, la apuesta por Rubi parece amortizada y el margen de tiempo para planificar un cambio parece insuficiente. El fiasco que estaba suponiendo este curso antes de la pandemia se ha superado con esa pobre imagen dada en el derbi que hasta da para aquello de Virgencita, que me quede como estaba que imploraba angustiado el inválido que se despeñaba sin remisión. Ojalá esa imagen del derbi sea sólo un accidente, pero no creo.