AUN manteniendo intacto su protagonismo en un Gobierno del que es vicepresidente, portavoz y ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba ha tomado las riendas de la dirección del PSOE con más firmeza de la esperada en un candidato que ni siquiera ha sido formalmente proclamado como tal. Lo ha hecho para imprimir al mensaje socialista un giro de neto carácter socialdemócrata. Se trata de diferenciar la política realizada por el Gobierno Zapatero desde mayo de 2010, caracterizada por la dureza de las reformas y los recortes sociales, y un futuro programa electoral que pueda resultar atractivo para el sector del electorado que ha abandonado al partido desde posiciones de izquierdas. A este giro cabe atribuir algunas de las medidas anunciadas por Zapatero en el pasado Debate sobre el estado de la Nación, como las ayudas a los ayuntamientos a través del ICO, las simpatías mostradas hacia las reivindicaciones del 15-M y, especialmente, las restricciones impuestas a los bancos para ejecutar embargos por los préstamos hipotecarios que dejan de pagarse. Rubalcaba ha defendido con énfasis que los bancos deben de afrontar su responsabilidad en la crisis, y rápidamente ha sido secundado por la Ejecutiva federal socialista, cuyo portavoz, Marcelino Iglesias, ha subrayado la necesidad de tomar medidas a favor de las víctimas principales del estado de la economía nacional. El ministro de Trabajo también ha aportado su propia visión del tema, al lanzar la idea de que debe incrementarse la fiscalidad sobre las retribuciones de los directivos de las bancas y cajas de ahorros. No cabe duda de que Rubalcaba va a seguir impulsando esta estrategia, de incierto futuro, porque considera que es su mejor baza ideológica para enfrentarse a un Partido Popular crecido por las encuestas y por los resultados espectaculares de las elecciones locales y autonómicas recientes. Corre el peligro, ciertamente, de marcar demasiada distancia con un Gobierno al que todavía pertenece, y como una de sus piezas esenciales.