Sine die

Ismael / Yebra

Una hora sin televisión

CUANDO yo era niño, en el siglo pasado, la televisión hizo su entrada triunfal en los hogares españoles. Pocas familias tenían la posibilidad de comprar aquellos armatostes de la marca Iberia que pasaban gran parte del día cubiertos por una funda de tela roja que venía con el aparato y que servía para proteger del polvo y otras inclemencias a un bien tan preciado. La programación, en blanco y negro por supuesto, era de tarde y a eso de la media noche, el himno nacional daba fin a la emisión.

Como siempre pasa, en unas cosas se gana y en otras se pierde. Eso ocurre incluso en las desgracias y no es nada nuevo. La Universidad de Sevilla acaba de reeditar con acierto y pulcritud el libro del profesor Pérez-Mallaína titulado Naufragios en la Carrera de Indias, en el que entre otras muchas aportaciones se documenta que cuando un barco se iba a pique, había quien se arruinaba o perdía a un ser querido, pero también había quien se enriquecía con ello. La vida misma. Sucede en todas las guerras y catástrofes: la mayoría pierde, pero otros ganan dinero.

Para no desviarme del tema inicial, la llegada de los televisores a las casas, hubo quien dijo que había servido para unir a las familias, que había quitado a muchos hombres de las tabernas y cosas por el estilo. Los niños dejaban de jugar en la calle para ver a Valentina, el Capitán Tan y Locomotoro, en tanto que los mayores se reunían por la noche para ver a Simón Templar El Santo o seguir las andanzas de El Fugitivo. No digamos en caso de algún partido de fútbol: los escaparates de las tiendas de electrodomésticos se llenaban de mirones que soñaban con poder llevar algún día a casa tan maravilloso artefacto.

Acabaron entrando, y vaya si entraron, no solamente en todos los hogares, sino en todos los dormitorios de adultos y de niños, incluso en las cocinas. Tanto es así que ya no sirven para unir familias, ni siquiera eso, sino para aislar a cada uno en su cueva sin dejar posibilidad alguna para conversar. Viendo la denominada caja tonta, que ahora parece una carpeta plana, oigo que en las Islas Seychelles, de siete a ocho de la tarde la televisión interrumpe su emisión para que la cena se haga en familia y favorecer así el diálogo. Me imagino la que se liaría aquí si se insinuase una medida similar. ¡Qué pena que las Seychelles estén tan lejos y uno no pueda ir a cenar allí todas las noches!

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