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Acción de gracias

Un horizonte

Una educación afectiva, sexual, nos habría explicado y nos habría evitado ese sentimiento de vergüenza

Por la pena de cárcel que sufrió Oscar Wilde sabíamos que en su época, y hasta hace no mucho en nuestro entorno civilizado, querer a otro hombre era la antesala de una condena; Cernuda nos habló del ruido tan triste que hacen dos cuerpos cuando se aman. Los que crecimos con el siglo XX ya avanzado, llegando a su final, heredamos esa visión de la homosexualidad como un pesar terrible, como algo sucio, clandestino, cuando no motivo de mofa -ay, esos chistecitos como una gota constante que va llenando el vaso y desbordándolo- y de vergüenza, qué fardo tan difícil la vergüenza. Los que no respondíamos al modelo predominante carecíamos de referencias felices, y quien no tiene pasado tampoco se imagina un horizonte. Hace unas semanas vi Heartstopper, la serie de Netflix basada en las novelas gráficas de Alice Oseman, y me emocionó la historia amable y llena de encanto de esos dos chavales, Charlie y Nick, que viven con alegría y temblor -ese asombro de que tus sentimientos sean correspondidos-, pero sobre todo con alegría, un amor desligado ya de la culpa, valiente y decidido para enfrentarse a las miradas externas. Aquel idilio me devolvió a los años de instituto, a ese otro siglo: los que más tarde salimos del armario vivíamos escondiendo nuestra atracción por otros compañeros, camuflándonos para encontrar la aceptación, siendo en definitiva lo que no éramos. Tengo amigos que al terminar Heartstopper lloraron por todo lo que se habían perdido, por los amoríos y los momentos que les habían arrebatado; yo sin embargo acogí aquel relato como una reparación, un desagravio, la prueba de que estábamos ante una sociedad distinta, constatación del avance del movimiento LGTBI+, del mismo modo que gracias al feminismo la población ya tenía otra sensibilidad frente a los derechos y la situación de las mujeres. Ahora, quise quedarme con eso, alzamos la vista y tenemos horizonte.

El otro día, cuando en un debate se sacó un libro de texto alertando de que se está enseñando a los niños sobre la masturbación, los que vivimos injustamente abochornados en nuestra adolescencia nos preguntamos si desde ese partido no estaban utilizando ese hecho concreto para cerrar la puerta a la educación afectiva, sexual, que nos habría explicado cuando lo necesitábamos a los que hoy somos mayores, que ayudará ahora a tantos adolescentes. Y entonces me acordé de Heartstopper, o de cómo Disney está apostando por la diversidad en series y películas, y me alivió pensar que el mundo había cambiado. Pensé también que quienes abanderan la causa de la involución no nos encontrarán ya dóciles, con la cabeza gacha, tristes y avergonzados. No. Nosotros hemos conquistado la alegría, y no estamos dispuestos a renunciar a ella.

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