PASA LA VIDA

Los huevos de la corrupción

QUÉ fue antes, el huevo o la corrupción? Es la pregunta que se hacen muchos sevillanos, asombrados por la abracadabrante estafa perpetrada contra el erario público desde el Centro de Recuperación de Especies Amenazadas, sito en San Jerónimo, de la red impulsada desde el año 2001 por la Consejería de Medio Ambiente. De película la trama (robar en el campo huevos y crías de águila imperial para contabilizarlos como nacidos en cautividad y justificar así el cobro de subvenciones) y de novela la pesquisa, con guardias civiles en comandita por media España para hallar pruebas del expolio de nidos.

La pregunta de marras es pertinente. A los responsables de ese tinglado se les acusa de engañar a la Junta desde sus comienzos como vía para embolsarse las subvenciones. Pero sólo era posible timar al ecosistema de la burocracia si desde éste se daba carta de naturaleza a una iniciativa que no iba pareja a un proyecto científico riguroso. La recuperación de ejemplares de especies valiosas para la biodiversidad, y su reintegración en el hábitat propio, ha de estar sustentada en procedimientos e investigaciones que van mucho más allá de la atención veterinaria a la fauna silvestre malherida. Con la abundante comunidad de expertos que hay en Andalucía en todo lo relacionado con la avifauna, y en particular con el águila imperial, emblema de Doñana, ¿no se han seguido los habituales criterios de supervisión de los resultados que presentan unos investigadores, para que sean sometidos al criterio de otros más avezados, y los avalen o los suspendan en sus peer review?

El fraude se cifra en un millón de euros. Robar huevos de águila para cobrar una subvención es la imagen más potente que la picaresca contemporánea ha parido en Sevilla. Hasta las rapaces son víctimas de la corrupción. A partir de ahí, créase cualquier abuso. Apesta el grado de podredumbre alcanzado en la jungla de asfalto, mayor que los grados del termómetro a pleno sol de julio.

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