Resulta que en cualquier rincón cuecen habas y que la gente es igual en todas partes, conque de roneo sólo los precisos. Porque hay que ver cómo nos mirábamos el ombligo viendo cómo, a falta de Feria, el ingenio del pueblo recobraba el sentido de la caseta llevándola a la casa propia. Balcones, como el de la morada de Juan Carlos Ramos en Asunción con pañoleta y todo, una caseta nada virtual sino real en la terraza. Y cómo nos gustábamos en la tarea de autoalabarnos por lo ingeniosos que somos. Bueno, pues en la austera Pamplona, ídem de lienzo, con gente abarrotando Estafeta bajo la uniformidad rojiblanca de la cosa. A falta de encierro, simulacros en la esquina de Mercaderes hasta la Telefónica y juerga, mucha juerga, con mascarilla y sin mascarilla. Resultaba inimaginable la vieja Iruña desierta y muda por San Fermín; más que inimaginable, imposible.