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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

la ciudad y los días

Carlos Colón

La identidad de la feria

EL problema de las fiestas sevillanas que son tradiciones reinventadas (Semana Santa) o inventadas (feria) es que resulta difícil discernir entre las sucesivas reinvenciones o invenciones que las perfeccionan o adulteran. Tengo para mí que ambas alcanzaron ese estado en el que los cambios pueden traer más males que bienes en los primeros 40 años del siglo XX, con los felices 20 regionalistas como eje. No debe ser casualidad, sino resultado de fuerzas creativas actuantes en la ciudad, que Ojeda creara el manto de malla el mismo año de 1900 en que Gonzalo Bilbao creó el modelo definitivo del cartel de las Fiestas de Primavera; o que Font de Anta compusiera Amargura el mismo año de 1919 en que Gustavo Bacarisas definió el prototipo de la caseta.

¿Cuál sería la identidad de la feria? ¿La creada entre 1919 y 1949, desde la definición del modelo de caseta a la invención de la portada? ¿O su propio carácter cambiante? Volvamos a hacer comparecer a Bécquer como testigo de que desde sus inicios la feria estaba afectada por lo que él consideraba "elementos adulterados" que afectaban a la "pureza" de las "costumbres andaluzas". Entre lo que el poeta critica en la feria de 1869 se encuentra "el miriñaque", el "sombrero hongo" y los trajes que "hasta las hijas de los ricos labradores de los pueblos se hacen traer de París", que han sustituido a "la chaqueta jerezana, el marsellés, la graciosa mantilla de tiras y el vestido de faralaes"; el "poney" que trota junto al potro; la "carretela Gran Dumont, con sus postillones de peluca empolvada" que se enfrenta al "coche de colleras, con sus caireles y campanillas"; el "lujoso café-restaurant donde se encuentra paté de foie gras, trufas dulces y helados exquisitos" que rivaliza con "el tenducho donde se bebe la manzanilla en cañas, se venden pescadillas de Cádiz y se fríen buñuelos"; el piano que "con su diluvio de notas estridentes y vibrantes ahoga los suaves y melancólicos tonos de la guitarra"; el "estridente grito final de una cavatina de Verdi" que atropella "los últimos y quejumbrosos ecos del Polo de Tobalo".

Pero, apunta Bécquer, "estos inarmónicos detalles" sólo los pueden apreciar "los que conocen a fondo el país y sus ya degenerados tipos". Para los noveleros sevillanos y los miles de forasteros que la visitan "como cuestión de visualidad, de animación y de alegría, la feria de Sevilla no tan sólo no desmiente, sino que supera la fama de que goza". 142 años después podemos seguir lamentando los "inarmónicos detalles" que la siguen "adulterando" sin mermar la visualidad, belleza y alegría que justifican su fama.

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