Acción de gracias

Las ilusiones

Esas personas traían con ellas sus ilusiones, sus ganas de crecer, de tener oportunidades, la suerte que yo había tenido

Estos días me he topado, por casualidades de la vida, con el muchacho entusiasta que fui una vez. Un whatsapp me devolvió 15 años atrás: mi amigo Javi, obligado por una mudanza a afrontar los recuerdos que había conservado entre sus pertenencias, encontró un mensaje que le pasé cuando éramos compañeros de trabajo. En ese trozo de papel, Javi me enviaba una fotografía, le contaba que todavía era secreto, que no podía compartir la noticia, pero que estaba felicísimo: me invitaban a la Feria del Libro de Guadalajara, en México, que esa edición dedicaba una mirada especial a Andalucía, y me incluían en la delegación que iría para allá gracias a un premio que había ganado como joven promesa (siempre digo de broma que ese título antecede al de viejo fracasado). No se me olvida el asombro por semejante golpe de suerte, y puedo decir que, aunque la edad ya me distancia de ese momento, mantengo intacta la capacidad para agradecer, ya sean aventuras grandes o pequeñas, todo aquello que me regala el destino.

Poco después, y curiosamente tras una conversación en la que Alberto, el interlocutor, y yo, hablábamos de que ya éramos veteranos a los que la cita con la bendita vacuna no nos quedaba lejos, el pasado volvió a llamar a mi puerta. Otra amiga, la cineasta Laura Hojman, había llegado mientras se documentaba para un proyecto hasta uno de los primeros artículos que yo firmé en prensa, en el desaparecido Diario de Andalucía. Estaba fechado ¡en otro siglo!, en 1999, y eso me hizo comprender que lo de veterano no era tal vez esa exageración que Alberto y yo habíamos soltado unos minutos antes entre risas. Pero, de nuevo, me asaltó esa sensación: que aquel joven de ayer y el hombre de hoy eran la misma persona, que ahí estaban, aún, y mira que ha llovido, el amor por el oficio, el esmero en entregar al lector un texto lo más cuidado posible. Esta misma semana, en una entrevista, el poeta Roger Wolfe mencionó el candor como una forma de estar en la vida, y me sonó familiar. Los kilos y los años ganados en este tiempo no importan, ésa es una transformación secundaria: sigo albergando, lo comprobé con emoción en estos días, al veinteañero esperanzado de los principios.

Y reviví todo esto mientras la realidad me recordaba mi condición de privilegiado, mientras tanta gente cruzaba hasta Ceuta. Todas esas personas traían con ellas, también, sus ilusiones, sus ganas de crecer, de encontrar oportunidades, la suerte que yo había tenido, y pensé qué arbitrario es un mundo donde uno puede cumplir sus sueños o no dependiendo del territorio en que nazca, y pensé también que nosotros, los favorecidos, tenemos la obligación de tender la mano, de algún modo, al hermano.

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