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El imperio de los necios

Con tanta ley de protección de datos, nunca hemos estado tan desprotegidos como ahora

Por si no lo tenía del todo claro, hace unos días pude comprobar que el mundo del necio se ha instalado definitivamente. La memez y la estulticia, ampliamente elogiadas por Erasmo, han vagado siempre por las mentes humanas, pero en tiempos actuales han llegado a cotas insospechables. No sé si es que la cosa estaba en ciernes y el coronavirus ha terminado por reblandecer las neuronas o se trata de una mutación del homo sapiens que los científicos podrían identificar como homo imbecilis.

Con tanta ley de protección de datos, nunca hemos estado tan desprotegidos ni nuestras intimidades más en manos de cualquier desconocido. Basta con que uno pinche en una noticia o lo haga por error en alguna imagen publicitaria para que se vea invadido por todo tipo de ofertas desde la más absurda a la más obscena. Cierto día pude oír a un celador llamar por un número clave a un paciente que estaba sentado en la sala de espera, al tiempo que decía a toda voz: "Pase para la vasectomía". Ni el mismo Groucho Marx lo hubiera hecho mejor.

Todo esto viene a cuento de que hace unos días me llamó un amigo balbuceando, al que me costó trabajo entender, para decirme que estaba ingresado en una residencia tras haber padecido un ictus. Mi amigo vive solo y toda su familia está en una ciudad a ochocientos kilómetros de distancia. Su llamada fue como una petición de auxilio de quien se sentía en la más terrible de las soledades que es la motivada por la enfermedad y la dependencia física. Me encaminé al día siguiente a la residencia, simplemente para interesarme por él, pero el señor cancerbero que me atendió, sin dejarme pisar siquiera el poyete de la puerta de la calle, me dijo que no me podía dar información alguna, ni siquiera acerca de sí ese señor estaba allí o no, por la ley de protección de datos. No sabía yo que interesarse por un amigo enfermo pertenecía a la alta política y estaba considerado como secreto de Estado. No pretendía verle, y menos en las condiciones actuales de confinamiento, simplemente que me dijeran que estaba allí, que se iba recuperando y le transmitiesen mi apoyo, ya que por más que he llamado a su teléfono me ha sido imposible contactar con él. Estamos, están, creando un mundo insufrible e inhóspito. Como decía Miguel Delibes, sería deseable que la Tierra dejara de girar por un momento y poder bajarse de ella en este viaje a ninguna parte.

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