ESCANDALOSO me parece y le debería parecer a todo el mundo en un país con cinco millones de parados sólo el hecho de que los dirigentes de un club de fútbol se planteen pagar 120 millones de euros por un jugador. Y grave me parece y le debería parecer a todo un país con semejante cifra de inactividad laboral que no pongan freno quienes tengan que ponerlo a esta carrera enloquecida que seguro que no nos pone en buen lugar fuera de España.

Recuerdo que para el fichaje de Cristiano Ronaldo, que parecía que ya no iba a haber otro más mediático, tuvieron que intervenir dos entidades bancarias que prestaron el dinero a Florentino. Ahora que nos dicen a diario que los bancos han cerrado el grifo para el españolito que las pasa canutas, uno casi que mejor prefiere no enterarse de dónde saldrá el dinero con que el Real Madrid sufragará la llegada de Gareth Bale, que a este paso aterrizará en el mismo Bernabéu en jet privado, banda de música, la alcaldesa de Madrid y no seguimos porque la cosa está que arde más arriba.

El caso es que en esa casa da la sensación de que necesitan impresionar como sea y si el mejor del mundo, en este caso Neymar, no está al alcance o se lo lleva el de siempre (el enemigo), qué mejor que el más caro. Llega entonces esa absurda carrera por encarecer la inversión, como si eso generase -lo grave es que lo genera- más ilusión entre sus hinchas. Los clubes vendedores ya han entendido el juego y colocan a sus jugadores dos precios, uno para el gran público y otro VIP. No se entiende de otra manera pagar 39 millones por Illarramendi después de dejarse otros 30 en Isco y decir ahora que un crack como Di María no tiene sitio. Ahora no está Mou para echarle las culpas, pero todo es una indecencia. O al menos debería serlo en un país en el que el agraciado del premio más gordo de la historia de la Lotería Primitiva con la mitad de lo que van a pagar por Bale se quita de en medio.

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