de todo un poco

enrique / garcía-máiquez

La indiferencia

EN los últimos tiempos varios articulistas alertan del peligro de que los casos de corrupción estén empezando, por sobredosis, a darnos igual. Me temo que influyen más factores que el cuantitativo, y peores. Que la corrupción salpique de un modo u otro a casi todos los partidos y a casi todas las instituciones hace que bastantes ciudadanos se encuentren a sí mismos en la posición de excusar o minimizar los casos más afines. El hecho, aunque a primera vista no se note y se siga gritando igual -o más- contra el contrincante, socava la autoridad moral de todos y acaba abochornando hablar de corrupción. Al menos a la gente de a pie, pues los medios son de otra pasta y les justifican sus fines. Además está la cuestión de los fundamentos éticos necesarios para criticar con coherencia, que hoy por hoy andan demasiado febles. ¿Bastan estos factores para explicar que convivamos con la corrupción como los ciudadanos de Madrid con la basura cuando la reciente huelga?

El hecho es tan chocante que no me resisto a seguir buscando más razones que lo justifiquen. Sería interesante, aunque muy peligroso, preguntarse si el fomento intensivo de la tolerancia como la gran virtud cívica de la transición no nos hizo mucho menos capaces de reaccionar. He ahí un tema para un ensayista valiente.

También levantamos un muro de indiferencia, como una defensa, contra la información total y contante. Sería el nuevo muro de la vergüenza. Un muro virtual, pero espeso, que produce un embotamiento generalizado o una globalización de la indiferencia, como la define S.S. Francisco cuando protesta del hambre en el mundo, que clama al cielo. Otra indiferencia generalizada, que sufro en mis carnes, es la persecución a los cristianos en medio mundo. En mis carnes, doblemente, por ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es el mío, y también en mis carnes exclusivas, tan culpablemente distraídas con tonterías. Ahora mismo en Siria, como ayer en Iraq, como siempre en Pakistán y en tantos lugares se violan los derechos de los cristianos. ¿Es posible que, siendo hermanos nuestros, no estemos en carne viva?

Quizá los historiadores del futuro consideren esta época nuestra, que tan pasional se piensa que es, como una de las épocas más frías de la humanidad, donde los corazones sufrían una auténtica glaciación. La chispa de la indignación y la hoguera del amor, qué bien nos vendrían y cuánto faltan.

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