NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Mi infancia cinematográfica, como la de muchos niños de los años 50, suena al compositor húngaro afincado en Hollywood Miklos Rózsa. Porque tuvimos la suerte de ser coetáneos del gran ciclo Metro Goldwyn Mayer de películas de romanos, medievales y de aventuras cuyas bandas sonoras fueron compuestas por él: Quo Vadis? (1951), Ivanhoe (1952), Los caballeros del rey Arturo y Todos los hermanos eran valientes (1953), Los contrabandistas de Moonfleet, El capitán del rey (1955) y Ben-Hur (1959). A las que hay que añadir Rey de Reyes (1961) y El Cid (1962), producidas por Bronston en España, pero previo acuerdo con la Metro, con la que Rózsa seguía bajo contrato. ¿Comprenden por qué la infancia de los niños de los 50 que iban al cine –la mayoría, ya los llevaran, según las posibilidades de sus familias, a los de estreno, reestreno o verano– suena a Miklos Rózsa?
Estas películas, que son para muchos de nosotros magdalenas proustianas visuales y musicales, formaban parte de un universo también alimentado por las lecturas, que tampoco fuimos pocos los que leímos las novelas de Sienkiewicz, Walter Scott, Foss, Ben Ames Williams, John Meade Falkner o Lewis Wallace en los libros ilustrados de la colección Historias de Bruguera o en los de Molino y Juventud. Hasta las aventuras del Capitán Trueno encajaban a la perfección en ese universo en metrocolor que sonaba a Rózsa, al rugido del león y a las voces de los grandes Rafael Navarro, Elvira Jofre, José María Oviés, Jesús Menéndez, Ramón Martori, María Victoria Durá, Rafael Luis Calvo o Manuel Cano que las doblaron todas en los estudios que la Metro abrió en 1932 en el 201 de la calle Mallorca de Barcelona.
Viene la cosa a cuento de que se cumplen 75 años de la llegada de Miklos Rózsa a Roma, junto a parte del equipo de producción, para preparar el rodaje de Quo Vadis?. Se comenzaron a construir los decorados y a crear el vestuario en Cinecittà mientras Rózsa investigaba sin éxito sobre la música de la antigüedad romana, de la que nada se sabía. Así que el hombre, recurriendo a algunos precedentes sinfónicos y operísticos que evocaban el mundo clásico, y sobre todo a su propia inspiración, inventó la que hasta hoy es la música que identifica a la Roma de nuestra infancia que, por supuesto, es la del cine.
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