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La tribuna

Manuel Lozano Leyva

El ingenio andaluz

UNA de las noticias recientes más esperanzadoras referente a nuestra tierra ha sido la inauguración de la ampliación del Parque de las Ciencias de Granada. El lector seguramente se congratuló al conocer la esplendidez arquitectónica de la obra, la gran inversión efectuada, los magníficos contenidos museísticos, las diversas actividades que se programan, el gran número de visitantes que se esperan, etc. Todo ello está muy bien, pero la información facilitada quizá se quedó corta en el aspecto más fundamental: el valor estratégico del Parque.

Andalucía ha avanzado mucho en las últimas décadas, qué duda cabe, pero lo ha hecho por formar parte de un tren que ha viajado a buena velocidad. No podía ser de otra manera, pero lo preocupante es que nos hemos mantenido pertinazmente como penúltimo vagón de cola del desarrollo a pesar de las ingentes ayudas europeas y de una estabilidad política berroqueña. No me uniré aquí a las voces que diagnostican que justo estas han sido las causas del anquilosamiento, porque el análisis de una región tan grande, populosa y compleja como Andalucía no se puede simplificar sin caer en el patetismo.

A pesar de ello, piénsese en cuatro de los muchos pilares en los que se sostiene nuestra economía: la construcción y el turismo, por un lado, y la aeronáutica y la biomedicina, por el opuesto. Todos son importantes, pero apuesto a que nos sentimos infinitamente más optimistas cuando tenemos noticias de hazañas llevadas a cabo en nuestros hospitales y de los proyectos futuros de la aviación que del índice de ocupación hotelera y de los avatares del ladrillo. Sin embargo, nuestros jóvenes, inmersos en un sistema educativo incierto por sus enormes carencias, abandonan los estudios prematuramente y en buena proporción para irse a la obra o al bar; los que siguen y llegan a la Universidad ven las carreras de ciencias y las ingenierías tan lejanas que las aulas de sus centros se ven cada vez más desiertas. Aquí es donde se pone en valor el Parque de las Ciencias de Granada, en su función de despertar vocaciones científicas de los jóvenes y en alentar el interés de los padres y profesores por la ciencia.

Lo anterior es tan importante que habría que fomentar la construcción de centros análogos en distintos sitios de Andalucía. En absoluto propongo competencia con el de Granada, porque es tan bueno que con él basta, pero puede complementarse. Por ejemplo, con un parque, museo o centro de la tecnología. Aunque nuestra tierra no se haya caracterizado por su desarrollo industrial ni sus innovaciones tecnológicas, el pasado no está exento, ni mucho menos, de hitos notables. La ingeniería de minas en Jaén y Huelva, la química en esta última, la aeronáutica, militar y naval en Sevilla y Cádiz, la siderúrgica y de telecomunicaciones en Málaga, la agrícola en Córdoba y Almería, etcétera, darían un buen fundamento al contenido museístico del centro. Sobre esa base de tradición podrían apoyarse todos los aspectos de la técnica actual y futura internacional al modo que se plantean los de la ciencia en el parque granadino. El objetivo sería azuzar el ingenio de nuestros chavales para animarles a que lo cultiven en las escuelas de ingeniería, de algunas de las cuales podemos estar orgullosos.

Como suele suceder, las grandes iniciativas parten de una sola persona, lo cual, además de admirable, puede que sea inevitable. En el caso del Parque fue Ernesto Páramo, a quien conozco poco, pero lo suficiente para saber que es una buena persona con una voluntad de acero inoxidable. Seguramente ha tenido ayuda de la Administración, pero él, unos pocos de colaboradores igual de entusiastas y los fondos europeos son los que han hecho realidad el sueño. Quizá sea el momento de que la Administración autonómica no espere a otro héroe y decida crear un gran Centro de la Técnica en Sevilla o Málaga. Se podría incluso completar con otro de Astronomía y Espacio en Almería, concretamente en Calar Alto, el observatorio más importante de la península.

En tiempos aciagos de crisis económica se podría pensar que estos proyectos son menos prioritarios que nunca y sostengo que es justo lo contrario. Si una familia está en apuros económicos, la solución inmediata es que los hijos dejen los estudios y se pongan a trabajar; sin embargo, es lo último que permitirían unos padres sensatos. Pongamos las bases para que el futuro se cimiente en lo que sabemos que es sólido y perdurable: el ingenio de nuestros jóvenes y sus sueños más osados.

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