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José / Ignacio Rufino

La insoportable severidad

España puede hacer más reformas, pero recibe demasiado palo y nada de zanahoria de sus directores exteriores

LA mayoría de los niños se crían con una doble jerarquía educadora, el padre y la madre. Esto no es en sí ni en todo caso bueno o malo, tampoco biológico ni artificial. Es, eso sí, un hecho muy extendido en el mundo de los humanos, sobre todo en el llamado todavía primer mundo. En algunas empresas grandes se dio durante una época una moda organizativa llamada estructura matricial, que reproducía esa dualidad, de forma que un empleado en la Philips o en Induyco podía tener que reportar -ustedes disculpen el tecnicismo- a la vez a un jefe funcional y a uno de mercado; por ejemplo, depender del director financiero con igual nivel de dependencia que del director de zona. Esto rompía el principio de unidad de mando que hizo dogma el francés Henri Fayol, y tuvo su predicamento en la práctica del management, aunque muchos empleados sentían que esta modernidad papá-mamá laboral les complicaba la existencia. Cabe decir que a muchos niños también les ha complicado mucho la vida la doble autoridad, aunque en esta opinión puede que tenga que ver que quien suscribe disfrutó demasiado poco tiempo de su padre. Ahora, España se ve atrapada en la red matricial, con unos padres repentinos que tienen gran poder sobre ella, pero nada de cariño. Sólo sienten miedo al daño que nuestra mala deriva les pueda causar a ellos. Mamá Europa, papá FMI.

Esta semana nos han dado la de arena; nos han vuelto a llenar los ojos de arena, en concreto el FMI. Ya lo sabrán: nuestro sufrimiento nacional no ha sido suficiente, y las perspectivas del Fondo Monetario Internacional -¿por qué abandonaste, Rodrigo, con lo patriota que tú eres?- dirigido por la chic dominatrix de Christine Lagarde, son malas sin excepción en su visión de España. Deuda, déficit, paro, crecimiento: todo seguirá profundizando en el fango. Para evitarlo, según prescribe el Fondo y quiere que creamos, más castigo, más autoflagelo y mutilación, más cuarto oscuro de los ratones. España anda desmotivada y confundida, paralizada. La asignatura que mejor se nos daba de pronto tras años de gran tono del binomio consumo-crédito, las exportaciones, también languidecen por el encogimiento del bolsillo de los mercados de nuestros abaratados productos.

España ya no depende de sí misma. Su capacidad de hacer política económica e intervenir en las heridas nacionales es menor que nunca desde que uno tiene memoria. Aunque es fácil decirlo ahora, habernos echado en los brazos de poderosas entidades supranacionales, como la muy benéfica Unión Europea de hace dos décadas, nos pasa factura ahora. Sólo queda pelear en la negociación, decirle a papá y a mamá que les puedo hacer la vida imposible como sigan tratándome con tal severidad, rigor y falta de afecto. Los castigos no pueden ser indefinidos. Los políticos nacionales con opciones de gobierno deben evitar que España se convierta en un país satélite sin más futuro que vivir para pagar y para ser destino de inversores inmobiliarios oportunos y visitantes en bermudas, como puede estar sucediendo con Portugal, otra culpable propiciatoria, y aun más desgraciada que nosotros por su menor capacidad de daño en la caída.

De nuevo, debemos animar a Rajoy y a Guindos a resistirse hasta la misma muerte a ser rescatados. El rescate es el colonialismo intraeuropeo contemporáneo, la entrega de las llaves. Si España hace tan bien los deberes, pero en opinión de los supertacañones (el finés Rehn, el neerlandés Disjebloem, la teutona Merkel y hasta la gala Lagarde) esto no es suficiente, es claro que la terapia es ya poco adecuada y que debilita más que cura. Lo único importante para el directorio en vigor es que devolvamos la deuda, pero ésta no para de crecer. La voladura del euro o la creación de una alianza de perdedores desesperados son estrategias de alto riesgo. Hay que decir no a papá y mamá. Con todo el amor que nos quede. E incluso sin amor ninguno.

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