A estas alturas de su vida, Baltasar Garzón no se corta un pelo al decir lo que piensa. Más aún si está delante de centenares de universitarios que desean estar cerca de una estrella de la España actual y esperan que les cuente lo que no se dice en los discursos oficiales. En la Escuela de Ingenieros, Garzón hizo de juez del sistema judicial. Ningún político hubiera resistido un debate con él sobre la situación de la Justicia en España y las manipulaciones de que es objeto para la confrontación partidista. ¡Qué milongas le van a contar! Lo mismo sucedería si los debates sobre educación, sanidad, medio ambiente, etcétera, se entablaran entre candidatos y profesionales. ¡La de clichés de marketing político que se desinflarían!

Garzón le contó a los estudiantes sevillanos que en la Audiencia Nacional, epicentro de los telediarios (que filman a diario sus entradas y salidas a cara descubierta), el sistema informático se estropea casi a diario, los pasillos están llenos de cajas y los funcionarios son pocos y hacen turnos dobles para sacar adelante la tramitación de los casos. Si eso ocurre en la Audiencia Nacional, imagínense en Sevilla, donde coincide la huelga de funcionarios con discriminación salarial y la negativa de los jueces a seguir asumiendo exceso de trabajo a la par que congelan sus sueldos.

Si le quedaban dudas a los alumnos de la Hispalense sobre lo difícil que es combatir así el terrorismo o el narcotráfico, Garzón se lo terminó de aclarar hablando sin tapujos: "Me critican por ser beligerante con los interinos que entran en la Audiencia Nacional, pero jóvenes que proceden de una bolsa de trabajo no pueden pasar, de un día para otro, de vender lencería a tratar asuntos de ETA".

Ya saben: en el Estado de derecho se le garantiza la presunción de inocencia a la lencería y la presunción de inexperiencia a los que la venden. Así se explica uno mejor los rotos y descosidos en la instrucción de sumarios polémicos. La lencería tienta a la Justicia.