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RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

La izquierda transitoria

ANTE el ciclo cambiante, frente a la descomposición de una forma de vida, quizá una opción sería esperar que todo, de una vez, saltara por los aires. Una especie de lógica del caos, tocar al fin un fondo inalcanzable, el desmoronamiento, para poder sacar de las ruinas una esencia nueva, un nuevo orden. Sin embargo, da la sensación de que los pasos de todo este derrumbe están tan cuidadosamente elaborados como al indefensión de los deudores inmobiliarios ante la ejecución de los desahucios. Es como si los pasos de esta crisis, vistos con una cierta perspectiva, y la paulatina anulación de todo nuestro sistema garantista de derechos, fuera desmantelado delante mismo de nosotros, con una impunidad garantizada por el principio de legalidad. En esta transición hacia no se sabe bien qué, parecen ser los partidos aparentemente menos representativos los que, paradójicamente, mejor van conectando con la ciudadanía progresista. Tienen a su favor no estar contaminados por ninguna gestión pública, no haber padecido, por ahora, esa erosión continua de un gobierno. Son partidos nuevos, pero con viejos lemas: el pueblo, unido, jamás será vencido, se decía en España hace más o menos treinta años, y puede volver a escucharse hoy, como también tendría sentido disfrutar otra vez con A cántaros, escuchar hoy también al poeta-cantor Pablo Guerrero, y además creérselo: que los sueños son posibles, que hay que soñar de nuevo.

Por el ecologismo pasa cualquier posicionamiento de la izquierda próxima: la comprensión del patrimonio natural, el derecho de cualquier generación futura a nuestra salvaguarda de hoy, como límite jurídico, con el Derecho natural en la mano y con una legislación verdaderamente justa, de cualquier nuevo expolio empresarial. Es, de nuevo, el choque entre el principio de legalidad y el Derecho natural, o entre la justicia o lo legal: así, puede ser legal que el Parlamento brasileño acepte la destrucción de su porción de la Amazonía para la construcción de una central eléctrica, pero desde el punto de vista de la naturaleza, entendida como patrimonio colectivo, no será justo nunca, sino un crimen mayúsculo. El límite del ecologismo, frente a los abusos del mercado, puede ser un puntal del nuevo progresismo, de una ideología nueva que pueda recoger las raíces de la izquierda con una proyección sobre el mundo de hoy.

Pero, mientras esto sucede, mientras el desmoronamiento se produce o no, mientras partidos prometedores como Equo ganan nueva pujanza, en España hace falta una oposición, porque estamos inmersos en un viaje institucional y económico. Ante este hundimiento, hace falta otro Suresnes, conectar otra vez con la tensión viva de la gente. Quizá el futuro sea Tomás Gómez, que por lo menos habla, opina, escucha, a una ciudadanía que se expresa siempre nítidamente por las urnas. Todavía en este presente, hace falta un PSOE con el paso en la calle.

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