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NO sorprenden la facilidad y la rapidez con la que la Guardia Civil ha conseguido, tras la detención del comando Vizcaya, conocer con todo lujo de detalles los planes que la cúpula de ETA había encomendado a sus integrantes.

En cuestión de horas se ha podido saber que el comando recogía información para asesinar al magistrado de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlaska, el vasco que con más determinación y energía ha combatido al terrorismo y sus secuaces desde los tribunales, y que también tenía como objetivo el secuestro de un concejal socialista de Eibar, secuestro con resultado cierto de muerte, ya que se trataba de exigir al Estado condiciones inaceptables para su puesta en libertad. Un calco de lo que hicieron con Miguel Ángel Blanco en Ermua hace once años, auténtico punto de inflexión en la marcha etarra hacia la autodestrucción. Y junto a los planes, los medios para acometerlos, ocultos en los dos zulos encontrados.

La diferencia entre julio de 1997 y julio de 2008 es que entonces cumplieron su designio criminal y ahora no han podido, y que aquel comando tardó años en ser capturado y éste lo ha sido tan sólo once meses después de haber iniciado sus actividades. La frase de Rubalcaba cobra así todo su significado: el destino de los terroristas es ser detenidos y puestos a disposición de la Justicia, y cada vez lo son antes, muestra inequívoca de la eficacia policial y de la debilidad de ETA.

La desarticulación del comando o complejo Vizcaya, que ha evitado algunos atentados y mucho sufrimiento, ha generado una copiosa información por una razón bien sencilla: la amplia colaboración de su jefe, Arkaitz Goikoetxea, con sus interrogadores. Salvo excepciones, los jóvenes etarras -éste tiene 28 años- se desmoronan en las dependencias policiales y cantan todo lo que haga falta a la menor ocasión, aunque siempre se reservan la carta marcada de denunciar posteriormente unas torturas que hace años desaparecieron del País Vasco. Su valentía la reservan para disparar a personas indefensas, a menudo por la espalda, pero resistir un interrogatorio sin otro horizonte que los calabozos ya les hace venirse abajo. Todavía en el juicio que le espera, el jefe del comando Vizcaya, jaleado de familiares y amigos, se permitirá alguna chulería en el gesto y la palabra, pero sin engañar a nadie.

La verdad es que a los 28 años un joven normal de dondequiera que sea está pensando en hacer el amor, viajar y divertirse, preocupándose por encontrar su lugar en el mundo, inquieto por alcanzar la difícil estabilidad laboral y familiar... Terrible drama el de esa sociedad que lleva a algunos de los suyos a contemplar como único horizonte vital los muros de una cárcel.

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