NO es extraño que Zapatero y Rajoy intercambien sus papeles en la recta final hacia el 9-M. Pasa en todas las elecciones: una vez asegurado -o creído que lo está- el respaldo de los propios, cada candidato intenta pescar en territorio ajeno... y se mimetiza de algún modo con su contrincante.

Ahora Zapatero ha echado sus cálculos y piensa que hay demasiados abstencionistas declarados o tácitos en la órbita de la izquierda, y que la única manera de convencerles de que le voten a él es poniéndose agresivo, tenso y catastrofista. Es el Zapatero menos Zapatero. Bambi transmutado en tigre. El rey del talante se toma unas vacaciones y le sustituye el republicano tajante.

También Rajoy ha echado los suyos. Agrupados los incondicionales después de una legislatura de alto voltaje opositor, lleva unas cuantas semanas que parece un manso corderillo. Convenientemente aparcados los Acebes y Zaplanas, Mariano ya no habla más de la conspiración del 11-M ni insiste en el terrorismo, sino que se presenta como el gran preocupado por las dificultades del hombre de la calle y sus agobios por la economía en desaceleración, la seguridad, los impuestos y la inmigración. Su campaña se centra en las provincias en que más cerca está de arrebatar un escaño a los socialistas. Con diez o doce tendría suficiente para dar la vuelta al 2004. Cada diputado más se cuenta como doble: supone uno menos para Zapatero.

Este ejercicio compartido de travestismo tiene, por otra parte, un componente personal indiscutible. PSOE y PP se juegan muchísimo dentro de dos domingos, pero Zapatero y Rajoy se juegan más. Prácticamente su futuro político. En el PP no van a perdonar que Mariano Rajoy pierda dos veces seguidas las elecciones generales. Es impensable que vuelva a ser el candidato en 2012, y de cajón que la singularidad de haber sido designado por Aznar no soportaría una legislatura más calentando los bancos de la oposición. Tampoco sería moco de pavo la debilidad de un Zapatero perdedor que inauguraría una figura insólita en la democracia española: un presidente que no repite. Repitieron Suárez, González y Aznar. Ninguno dilapidó el poder en el corto período de cuatro años. Se necesita hacerlo muy mal para que los electores no te concedan una segunda oportunidad al menos.

Esta tesitura personal de MR y ZP concede más importancia aún a los dos debates que van a mantener. Solos, frente a frente, sin más intermediarios que un moderador inocuo y delante de millones de españoles, en las manos de cada uno está la oportunidad de convencer a más gente que el otro. Se trata de demostrar quién es más creíble e inclinar la balanza empatada que dicen las encuestas.

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