TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

No jueguen con el miedo y la esperanza

Las autoridades deberían informar con más rigor y los expertos procurar no contradecirse

En una situación tan dramática -aunque en el día a día parece que nos hubiésemos acostumbrado al recuento diario de infectados, ingresados y fallecidos- como la que desde hace más de un año estamos viviendo, sumando más de 100.000 muertes en España, uno de los países de la UE más golpeados por el Covid, el primero en el descenso de la esperanza de vida y el que menos ha vacunado a la población de entre 70 y 79 años, debería exigirse a las autoridades mayor rigor en las informaciones y menor manipulación de los datos para convertirlos en arma política.

No es fácil comprender que, a la vez que Sánchez anuncia el fin del estado de alarma y repica anunciando que a finales de agosto se habrá alcanzado el 70% de vacunados, se constate el lento ritmo de vacunaciones en España o el preocupante repunte de nuevos casos en Andalucía (1.767 infectados en una jornada con 38 muertos más y la tasa de incidencia disparada hasta 163,4, casi siete puntos más que la víspera) y en Sevilla (escalada de la cuarta ola con cerca de 600 contagios al día). Mientras se sigue sembrando desconfianza sobre la AstraZeneca que unos prohíben, otros administran con restricciones y la Agencia Europea del Medicamento recomienda "sin restricciones", dado que "el riesgo de mortalidad por el Covid-19 es mucho mayor que la mortalidad por sus efectos secundarios muy raros". Ayer hubo de posponerse el Consejo Interterritorial a la espera de lo que se decidiera en la reunión urgente de los ministros de Sanidad de la UE.

Es cierto que la situación es de una extrema complejidad. Pero también que las autoridades deberían informar con más rigor, los expertos procurar no contradecirse (al menos en público), los políticos jugar menos con los datos para cultivar sus intereses y los medios atenuar su tendencia al alarmismo. Lo que no significa, por supuesto, pintar color de rosa la negra realidad. Ni ennegrecerla aún más.

No hablo por mí, que saldré corriendo a ponerme la AstraZeneca cuando me avisen, si me tocara esa vacuna, feliz de poder abandonar el limbo de entre los 65 y los 70 años en el que flotamos quienes somos demasiado jóvenes para unas vacunas y demasiado viejos para otras. Confío en mis amigas médicos que así me lo indican. Pero son ellas también quienes me transmiten su desazón ante los mensajes contradictorios de las autoridades y su tratamiento en los medios.

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