La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Lo dejamos ya para después de Navidad
La bronca campaña electoral americana provoca nostalgia de tiempos más sutiles. En los discursos españoles también hay cada vez más brocha gorda y lenguaje pendenciero. Robos, deportaciones masivas, Lamborghinis… Afición nacional e influencia americana; vamos a peor. En la convención demócrata de Chicago, hace dos semanas, incluso Obama rozó la grosería cuando zahería a Trump con burlas: insinuó que el candidato republicano está obsesionado con el tamaño de su hombría, al ilustrar con sus dos dedos índices un espacio que lentamente se acortaba.
Es más fácil que advertir los elefantes en la habitación. Gaza, por ejemplo. Biden cree que Netanyahu no hace lo suficiente para lograr una tregua. Y la parte proárabe del electorado demócrata opina que su administración es cómplice de la matanza de palestinos en los últimos once meses, tras el atentado terrorista de Hamas del 7 de octubre. Esos votos pueden pasar factura a Kamala Harris en noviembre, si en estados clave se preguntan los electores más progresistas dónde estaba Kamala cuándo se producía este genocidio con armas estadounidenses. En las primarias demócratas de marzo en Minnesota un 19% del electorado votó en blanco como castigo.
Un tercio de los presidentes americanos habían sido antes vicepresidentes. Pero la mayor parte llegó al cargo por muerte del predecesor. Sólo cuatro vicepresidentes en ejercicio han ganado una elección presidencial a lo largo de la historia. Si ganase Kamala Harris, entraría en una lista de excepciones tan ilustres como antiguas: Adams en 1796, Jefferson en 1800 y Van Buren en 1836. El último vicepresidente ganador fue George Bush padre, en 1988. En la convención demócrata de julio de aquel año, en Atlanta, que proclamó a Michael Dukakis como candidato, se produjo una brillante intervención de Ted Kennedy contra el adversario republicano Bush, que había sido vicepresidente de Reagan los ocho años anteriores.
El senador afinó sus invectivas, que terminaban con el mismo estribillo que corearon entusiasmados los miles de simpatizantes. Cuando ocurrió el escándalo de venta de armas a Irán burlando su propio embargo, para financiar a la Contra nicaragüense, ¡¿dónde estaba George?! Cuándo tuvo que dimitir el fiscal general por su gestión privada de un soborno a Israel para que no atacara un oleoducto iraquí, ¡¿dónde estaba George?! Cuándo quedó en evidencia la complicidad con la CIA del corrupto general panameño Noriega, ¡¿dónde estaba George?! O cuándo se produjo el soborno a altos jefes del Pentágono de empresas de armamento para conseguir contratos por cientos de millones, ¡¿dónde estaba George?!
Desde el estado mayor del aludido contestaron con desdén, apuntando al lado mujeriego y bebedor de Kennedy: “Seguramente, George estaba en su casa, sobrio, con su mujer, viendo la televisión”. Eran tiempos más refinados. Hasta en la sátira.
También te puede interesar
Lo último
Rock Bottom | Crítica
El buen viaje: Wyatt en Mallorca
Chaplin: Espíritu gitano | Crítica
Los Chaplin echan sus raíces al viento