¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

El largo viaje del hombre

PAUL Salopek es uno de los periodistas más interesantes y sorprendentes de la actualidad. En 2014 inició un largo viaje a pie que le llevará del Valle del Rift, el punto del África Oriental donde los paleontólogos sitúan los orígenes de la humanidad hace 60.000 años, hasta la Tierra del Fuego. La odisea, que durará unos siete años, la va contando por entregas en el National Geographic y en diferentes redes sociales. Sus únicas herramientas son una mochila, unas botas, un sombrero y un ordenador alimentado por energía solar. Con estas parcas herramientas, el norteamericano está elaborando un reportaje infinito que, sin pretenderlo, se está convirtiendo en una metáfora que nos recuerda que la humanidad se hizo caminando, migrando sin descanso por el orbe, en un movimiento perpetuo provocado por las tiranías, las deportaciones, las guerras, el hambre, la avaricia o la curiosidad. Todos, desde los reyes hasta los mendigos, somos descendientes de ese grupo de homo sapiens que un día comenzó a andar en un punto lejano de África para colonizar con demasiado éxito el globo.

Es el escritor y periodista Javier González-Cotta quien me indica que la playa turca donde se ha tomado la imagen del niño sirio ahogado, Bodrum, es la patria de Heródoto, el padre de la Historia, otro viajero incansable que recorrió el territorio que hoy, tras el fracaso de la Primavera Árabe (hay expresiones que actualmente nos causan rubor), se ha convertido en el epicentro del drama humano.

Herodoto y Salopek no son más que la cara amable del largo viaje del hombre a través del tiempo y la geografía, su lado curioso y aventurero. Lo normal desde el Neolítico es que las personas y los pueblos se lancen a la diáspora sólo cuando son presionados por elementos externos a su voluntad, como esos miles de sirios que huyen despavoridos de la guerra y el fanatismo islámico y se estrellan contra el muro de una Europa que no sabe como reaccionar ante un problema que, como ya pasó con Bosnia, le supera y paraliza.

Sin embargo, el camino debería estar claro: diplomacia, cooperación y, sobre todo, el envío a la zona de tropas. Las preguntas que deberíamos hacernos los ciudadanos son: ¿estamos dispuestos a gastarnos el dinero destinado a nuestro bienestar? ¿Sabremos apretar los dientes cuando lleguen los ataúdes de nuestros soldados? Recordémoslas cuando nos dediquemos a llorar a los niños muertos en el Egeo. Si no es así, dejemos de gastar lágrimas en vano.

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