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La lección de democracia

En las cofradías gobierna el candidato más votado, aunque sea por un escaso margen de votos, lo que suele suponer una garantía de estabilidad

MUCHO hemos escrito de la metástasis que las peores formas de estrategia electoral de los partidos políticos han hecho en las cofradías. Los arriolos en versión morada se han multiplicado en forma de analistas geopolíticos (a la búsqueda de bolsas de votantes por barrios y comarcas), responsables de prensa (a la caza y réplica de cualquier contenido perjudicial para los intereses del candidato) y soltadores necesarios (que financian los gastos electorales, ya sea en viandas, teléfonos o transporte para los votantes). La sofisticación de estos procesos ha obligado a la autoridad eclesiástica a realizar el papel de junta electoral central, tratando de llamar a la mesura y de restablecer el orden perdido en instituciones que, nunca se olviden, son asociaciones públicas de la Iglesia católica.

-Son privadas, diga lo que se diga en códigos y normas, pues las ha erigido el pueblo y no la autoridad eclesiástica.

-Oiga, no interrumpa.

El proceso de contagio es evidente. Lo que llama la atención es la naturalidad con que las cofradías asumen ciertas tácticas electoralistas, cuando todo debiera ser más doméstico, más simple y, por supuesto, con mucha menos tensión.

La pluralidad de candidaturas dispara la participación electoral en las cofradías por la movilización (y tensión) a la que se somete el cuerpo de hermanos. Lo mejor de todo es que nadie discute que el gobierno corresponde a la lista más votada. Se puede ser hermano mayor sin ningún problema con una victoria por veinte, ciento cincuenta o mil votos. Si el gobierno no goza después de estabilidad, será por otros motivos, pero nunca por el escaso margen de una victoria. Las cofradías, por fortuna, no han copiado la necesidad de alcanzar pactos si el que ha ganado lo ha hecho sin una mayoría fuerte. Los que pierden se retiran. Incluso no se les ve más por la hermandad en varios años. En política, los derrotados en las urnas fabrican alianzas que los lleven al poder, incluso orillando a la lista más votada; o se aferran al cargo de la oposición mientras el partido les busca una salida.

Nadie discute que Alfonso de Julios será el hermano mayor de la Esperanza de Triana, por mucho que sólo haya vencido por 171 votos de diferencia en unas elecciones en las que votaron 2.504 hermanos. Y ésta es la gran lección de democracia que los partidos políticos no han aprendido. Gana el que obtiene más sufragios. Y no hay que pactar con los costaleros, ni con los músicos, ni con el tío del bar. Sólo faltaba eso.

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