¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Historias vivas de los cementerios
Estética!”, vocifera la señora que reparte las almas del establecimiento entre las que requieren arreglarse los pelos y las que queremos depilárnoslos. “¡Estética!”, sigue diciendo por un pasillo por el que la sigo. Pienso en que su grito podría haber encabezado una manifestación parisina del Mayo del 68, y que la hubiera seguido con más convicción que ahora. Hay términos que, al girar su significado, nos dejan fatal como sociedad y como especie. Este es uno.
Ya en la cabina depilatoria, la esteticista, entre tirón y tirón, me habla de lo mona que estaría de aumentarme los labios en el nuevo centro integral autorizado, profesionales cualificados, primera consulta gratis. O mejor dicho, de lo rara que estoy (no me había fijado) si no lo hago. Le respondo que los signos inequívocos de la edad (mal digerida) no son ya las arrugas sino los procesos inflamatorios en los que cada vez más mujeres comprometen su cara. Me corrige: esto no es cosa de señoras ricas y añosas, se lo hacen veinteañeras y hay muchos establecimientos que lo ofertan, pero no a un precio como este de apertura. “La belleza se ha democratizado”, concluye. De nuevo imagino su frase en una pintada en la Sorbona. Pienso –no se lo digo– en que democratizar se ha convertido en un verbo perverso.
No me doy por vencida: le digo que esos rellenos son muy cantosos; he visto a Nicole Kidman en su última serie y tiene hinchados no sólo los labios, también el bigote. Más que boca, tiene hocico. Esta chica tiene respuesta para todo: algunas se engolfan con los pinchazos y se les va la mano, pero por lo general, en este mundo de las redes, lo moderado no llama la atención. Por eso están de moda las cachas hiperbólicas, un iris de cada color, ir pintada a pistola (contouring, lo llama), pestañas a lo bestia o cejas a lo Khalo, “que como bien sabes fue la primera influencer”. Me deja loca con esto último, y le doy la razón. Añado que, de esta forma, entendemos por mujer bella la que tiene pechos, pómulos y labios visiblemente artificiosos frente a la que, de suyo, es hermosa a su manera. “El pibón es la que se ha hecho sus cositas, así es –me traduce y confirma–. Pregúntale a cualquier tío”. Voy yo: “Entonces, ¿a qué ojo, exigencia y prisma complacemos con las intervenciones –legítimas, por cierto– en nuestros cuerpos?, ¿qué ley no escrita seguimos tragando?”. Y se harta: “Que cada una encuentre su respuesta. También tú, guapa, mientras te depilo… Y no olvides esta irrechazable oferta”.
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