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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La lección de Pepa

La campanilla de sus mensajes son el teletipo del gozo, la historia de una superación personal

Ella dice que ha logrado salir adelante gracias a las oraciones que sus amigos le dedican en los mensajes de teléfono móvil. Ayer me lo contó con un torrente de voz fuerte, tal como se expresaba cuando la conocí hace más de dos décadas en la redacción de la calle Cardenal Ilundáin: "Acuérdate, hace cuatro años estaba muerta". La interrumpí, no la dejé recrearse un instante en la mecida de ese dolor superado. Me habló del Gran Poder y yo lo hice de su futuro, qué bonita alianza espontánea unió al Señor con el porvenir. Pepa ha hecho que el WhatsApp sea un instrumento útil, un altavoz de esperanza, más allá de un canal de retransmisión de sandeces y de una escupidera donde verter mensajes políticos radicalizados. Un mensaje de Pepa sobre su lucha particular equivale a otear los alegres ciriales de la Esperanza, a confiar en un mundo mejor, a discernir con nitidez entre lo banal y lo sustancial. Los partes médicos, el resultado de sus sesiones, los comentarios sobre su estado de ánimo... Ella cree desde hace años -ay, qué ingenua- que nosotros la animamos en su reto cotidiano, pero es justo al revés. La realidad es que ella nos mantiene a nosotros con su fuerza. Ella siempre ha sido puro carácter por mucho que se revista de aparente fragilidad. Y esa fuerza personal barnizada por la fe le ha llevado ahora hasta el mayor de sus éxitos. Siempre he tenido claro que las personas con mayor mérito no son las que sacan mejores calificaciones, alcanzan los principales puestos o adquieren una gran notoriedad, sino aquellas que superan las adversidades que Dios les ha puesto en la vida; las que, lejos de instalarse en la queja, deciden abrazar la cruz y cargar con ella, las que no se han limitado a sacar partido de los talentos recibidos, sino que se han tenido que emplear a fondo para superar barreras. Pepa era puro nervio en la redacción del periódico, una profesional seria, una periodista exigente, cuidadosa al medir la distancia con el político. No daba un paso en falso que pudiera dejar en mal lugar a sus compañeros. A los becarios nos asustaba su mirada. Imponía más que una pareja de la Guardia Civil. Pepa era mucha Pepa. ¡Y cómo lo sigue siendo! Una sevillana devota de María Auxiliadora, nazarena del Martes Santo, que hablaba siempre de su padre con veneración. A Pepa había que oírla. No me extraña que el bicho de la enfermedad no haya podido con ella. Dice que estaba muerta quien siempre ha sido capaz de sentir, emocionarse, reír, reñir, llorar, vivir intensamente su oficio y tener un ojo fino para calar el melón... y a las personas. Eres tú, Pepa, la que tienes que pedir por nosotros. La campanilla de tus mensajes trae siempre la noticia del gozo. Y así desde hace cuatro años, cuando quiso Dios darte la oportunidad que sólo ofrece a los grandes: ser todavía mejor persona.

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