LA detención del ex presidente de Banesto, Mario Conde, para quien el juez Santiago Pedraz ha dictado prisión incondicional por blanquear supuestamente al menos 13 millones de euros procedentes de la citada entidad, ha generado un amplio debate sobre la figura del otrora poderoso ex banquero. Desde la prudencia que se aconseja en estos casos, con el procedimiento aún en marcha, resulta sorprendente que 23 años después de la expropiación de Banesto por parte del Gobierno se siga hablando de las prácticas de Conde, que llegó a ser condenado a 20 años de cárcel aunque no llegó a cumplir ni la mitad de su condena tras acogerse a beneficios penitenciarios. Tampoco resulta precisamente ejemplar que en todo este tiempo haya devuelto tan sólo 1,5 millones de euros del agujero que dejó en el banco y que haya estado operando, a la luz de los datos que se conocen de la operación Fénix, durante una década con diferentes sociedades desde varios países para repatriar a España diferentes cantidades de dinero. Esta nueva causa contra Mario Conde revela también la enorme dificultad a la que se enfrentan los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado a la hora de combatir los delitos económicos, pues sólo a través de un complejo entramado de empresas se ha podido llegar a una situación como la actual. Tan elaborada ha sido la red de testaferros tejida por Conde y su entorno que hasta la fecha hay diferentes propiedades, como grandes y conocidas fincas de nuestro país, que la Justicia no ha podido recuperar pese a tener constancia de que eran y siguen siendo de su propiedad. El caso -el nuevo caso habría que decir- de Mario Conde pone de manifiesto la necesidad de una reflexión sobre algunos aspectos del Código Penal en lo referente a los delitos económicos y a los beneficios penitenciarios de sus condenados, sin caer en el populismo fácil, la demagogia y la generalización de sospechas que alimentan determinados grupos antisistema, como estamos viendo también con los llamados Papeles de Panamá. El Estado de Derecho ha de adoptar medidas eficaces para que conductas supuestamente reincidentes como la de Conde no encuentren hueco en nuestros días. Y más allá del objetivo de recuperar las cantidades que hayan podido ser indebidamente apropiadas o defraudadas, existe un componente moral muy importante para nuestra sociedad. Desde que salió de la cárcel hace diez años, el ex banquero ha estado dando lecciones de ética allá por donde ha ido a través de libros, conferencias y apariciones en televisión. No ha dejado títere con cabeza mientras estaba ingresando dinero del exterior de dudosa procedencia en cuentas de nuestro país. Su reincidencia demuestra una enorme hipocresía y que nunca se puede bajar la guardia frente al delito.

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