FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

Aquella lechuza de Montesión

Uno reivindica el confinamiento duro por lo que supuso de silencio, de riqueza interior, de respeto hacia nosotros mismos

Quién nos lo iba a decir. Pero damos la razón a Elvira Lindo -sí, qué cosas- cuando pide por favor una guía de restaurantes sin música. Hay locales en los que conversar se convierte en un suplicio añadido a la interminable lectura de la carta. La música no sólo está alta sino que además suele ser de un gusto inadecuado cuando no espantoso. Y es verdad que pedir a quien nos atiende que atenúe el volumen provoca o sorpresa o fastidio. Por no hablar si le sugerimos que pruebe a poner otra música que no agravie a Santa Cecilia, patricia romana, mártir de la fe y patrona de los músicos. El colmo de la ofensa sería rogarle que por favor apagase la música. Decía David Le Bretton (Silencio. Aproximaciones) que reivindicar el silencio se ha convertido en un acto de gallardía, de gesto contracultural. Es tanto el ruido mental que hemos ido aceptando sin más que pedir silencio se considera cosa de excéntricos y cascarrabias.

Existe al parecer una plataforma, Comer sin Ruido, que ofrece restaurantes en los que se cuida el nivel acústico con una decoración acorde. Debe ser otra tendencia esnob, pero que no va al grave meollo del asunto: la catástrofe médica que provoca el ruido, sea cual sea su nivel de agresión. Los políticos hablan ahora de atajar los problemas de salud mental que ha traído el confinamiento. Desde el inicio de la pandemia se han prescrito más del doble de psicofármacos. Al parecer, el 31,5% de los españoles confiesa haber llorado en el último año y medio. No sé si somos gallardos y contraculturales o si, tal vez, somos solo raros y probablemente molestos. Pero uno reivindica el confinamiento duro por lo que supuso de silencio, de riqueza interior, de armonioso respeto hacia nosotros mismos. La reclusión nos trajo la regalía del silencio. Las calles vacías nos permitió ver cómo hasta una lechuza se posaba noche tras noche en lo alto de una señal de tráfico junto a la capilla de Montesión. Se habla ahora de combatir y de no ocultar el problema de la salud mental. Pero poco o nada se dice de la gravedad que causa la otra gran pandemia del ruido. Antes del confinamiento, José Díaz, jefe de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III, habló de cómo afecta la contaminación acústica al sistema inmune. Según sus estudios exacerba el párkinson, la demencia y la esclerosis múltiple. Incrementa la mortandad por causas respiratorias, cardiovasculares y por diabetes. Incluso el ruido provoca partos prematuros. Pedir una guía de restaurantes sin música es lo mínimo que debiéramos exigir. Que vuelva la lechuza a Montesión.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios