Un legado para Sevilla

Los sevillanos disfrutan de los jardines acompañados de los pequeños de la familia

El día primero de febrero de 1897, abocados al cambio de siglo, falleció la infanta María Luisa Fernanda de Borbón, que legó para disfrute de todos los sevillanos los extensos jardines y huertos, que iban desde el palacio de San Telmo hasta el Prado y el río, y que poco después se transformaron en el hermoso Parque de María Luisa, en su honor. El parque abrió sus puertas el dieciocho de abril de 1914, primer día de feria según el calendario festivo de los sevillanos, tras los trabajos de paisajismo diseñados por Jean Claude Nicolás Forestier. En palabras de Joaquín Romero Murube: "Forestier que había llegado a calar muy hondo en la suprema belleza de los jardines viejos sevillanos, resuelve el problema incrustando en la noble selva ducal una serie de menudas organizaciones, a base de glorietas, fuentes, estanques que intentan crear en la tupida masa del boscaje el encanto íntimo de los patios y los jardincillos…". De los sevillanos que disfrutaron de los primeros años del parque y que estuvieron en la inauguración de la posterior Exposición Iberoamericana, pocos siguen entre nosotros. Pero aún quedan los relatos de aquellos días, que nos contaron padres y abuelos. Continúa vigente la magia y orgullo de aquel esfuerzo excepcional que conformó la ciudad que apreciamos, con la Plaza de España y el Parque de María Luisa como principales faros de un tiempo que hemos hecho nuestro, generación tras generación, y que no ha sido desbancado por la metrópolis actual ni siquiera por la Expo del año 1992.

En estos tiempos de pandemia todo adquiere nuevas dimensiones y los parques nos confortan. Sin los intercambios y encuentros de personas, conocimientos y mercancías que son la razón misma de su existencia, las ciudades pierden algo de su ser. Ágoras y mercados están en lo más profundo de nuestra cultura mediterránea y nos resulta difícil prescindir de ellos. Menos mal que los parques y jardines acuden en nuestra ayuda. Nos resistimos a vivir confinados, con la única expansión de un breve paseo, que a veces nos lleva a los jardines, arboledas y a las delicadas glorietas y pérgolas que componen el parque de María Luisa, ese que cada uno de nosotros tiene en su mente. La clara estela de Rubén Darío, la romántica glorieta de Bécquer, el muy sevillano rincón que compuso Aníbal González en homenaje a los hermanos Álvarez Quintero, de finos ladrillos y azulejos, o la delicadas y modernistas pérgolas que dedicó Juan Talavera a la cantante Ofelia Nieto, entre otros lugares. Podemos dar las gracias a todos aquellos que sabían que una ciudad no está terminada nunca y que siguen sumando aciertos para componer nuestro legado, con generosidad primero y talento y sensibilidad después. ¡Cómo disfrutan los sevillanos en los jardines que soñó una infanta! Y siempre acompañados por los pequeños de la familia que corretean o van de paseo en sus primeras bicis. Aprendamos a vivir en este tiempo que nos ha tocado. Porque la enfermedad va en serio. Muy en serio.

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