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Crónica Personal

Carmen Camacho

La lengua de Cervantes

VAN a llevar razón quienes critican el retraso en las cosas de los fastos del Año Cervantes. Vamos tarde, efectivamente, varios siglos. A pocos meses de la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de nuestro gran escritor, lo tenemos al pobre a la remanguillé. Manga por hombro, literalmente. Primero fue el brazo, cuando Lepanto, que le dejó sin el uso, preciso, de la zocata. Luego los huesos, extraviados, que resulta que estaban en las Trinitarias en Madrid, y que los devotos de cráneos privilegiados no podrán visitar hasta final de año. Por último, estamos perdiendo la lengua. En la presentación del anuario El español en el mundo 2015, el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, ha alertado del "uso empobrecido" de nuestra rica lengua. Frente a las 23.000 palabras diferentes que se cuentan en el Quijote, el hispanoparlante actual no junta más de 5.000. Y eso sin meternos en gramáticas, en los hilos vivos que enjaretan el idioma.

Que se nos está durmiendo la lengua, nos afean los doctores, como si toda la culpa fuera de usted, que va de su corazón a sus asuntos dejándose decir como mejor sabe, o mía, por negarme a ser un poquito más pedante. Parte de la culpa sí es nuestra, no tanto por hablar mal sino por callar peor, y por atender a las hormas del lenguaje en serie de los medios, a la dilatada verborrea política y a las sintaxis y términos promovidos por los fabricantes de tendencias y otros humos. ¿De dónde salen, si no, los palabros tuitear, postureo, desestreñir -que ésta es ya para no echar gota- o la felizmente demodé metrosexual? Por este palabrizal y su ávida angostura caminamos. No es inocente, el derrotero. Las neolenguas, la que George Orwell fabuló, la que -recordaba hace poco en esta página Manuel Gregorio González- la Wehrmacht inventó o la que malverse cualquier poder, expulsan a las cosas de su nombre, falsifican palabras como monedas, carcomen entendederas, aturden, dejan en desavío a quienes son de natural lenguaraces.

Decía Machado por boca del de Mairena que "el barro santo" del que salió el Quijote era la lengua viva de la gente. No hablamos la lengua de su tiempo sino la del nuestro, que seguirá siendo la de Cervantes si está en ascuas y suelta y al día, si no permitimos su expropiación. Volviendo a Machado, "los períodos más fecundos de la historia son aquellos en que los modestos no se chupan el dedo". Y sacan la lengua.

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