EN el Carnaval, lo más importante no son los premios, sino las leyendas. Los premios son datos estadísticos de un año para otro, mientras las leyendas permanecen en la memoria imborrable. Antes del miércoles pasado, Antonio Martín ya estaba en las leyendas, vivito y coleando, sí, pero junto a los grandes de las estrellas, por derecho propio en la historia del Carnaval. Así que no le hace falta nada más. Pero él asumió el riesgo de expresar su sentimiento por la muerte de Paco de Lucía en un pasodoble que parió por la mañana, apenas enterarse, fue ensayado de inmediato por su gente, e interpretado por la noche en el Teatro Falla como sólo lo puede hacer la comparsa de un genio.

A veces la casualidad del destino nos pone en el sitio justo. Yo era un niño de 12 años cuando vi el debut en el Falla de un tal Antoñito Martín con Los mayordomos. No lo conocía de nada y fue por casualidad absoluta. Quizá nos guió un ángel de la guarda carnavalero, pues esa tarde un grupo de amigos íbamos a ver una película en el cine Gades o el Municipal, pero al final se nos ocurrió ir al Falla, a ese viejo gallinero que ahora no resistiría ni media inspección técnica. Aquel era otro tiempo, en el que no había colas para las entradas, ni reventas, ni siquiera democracia, ni comparsas como algunas que ahora reinventan la pólvora.

De Antoñito a don Antonio. De aquel chaval de la calle San Vicente que llegó en 1968 al Falla, cargado de ilusiones, para conseguir un tercer premio con 'Los mayordomos' a ese hombre que llega 46 años después (casi medio siglo de Carnaval por medio), con la misma ilusión de aquel chaval, para ocultarse entre bambalinas a escuchar cómo la magia brota en la voz de su gente. Y así la leyenda se agrandó. Y todo eso junto vale más que un primer premio.

Porque pasarán los años, y ya no estaremos aquí, pero otras generaciones recordarán aquella noche, cuando Antonio Martín demostró que en el principio fue la palabra, y él la hizo copla (en un suspiro), y se quedó entre nosotros.