La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
Entre crónicas periodísticas, libros por acabar y las cuitas propias, anda uno inmerso en efemérides balcánicas, como los 30 años de la guerra de Bosnia o los 25 años del falso fin de la guerra de Kosovo con el bombardeo de Belgrado. Se cuelan justo ahora también los 50 años de la invasión turca de Chipre con la Operación Atila, que dividió al país en dos (norte turcochipriota y sur grecochipriota), lo cual no ha sido óbice para que la isla de Afrodita, diosa del amor, se halle dentro de la UE cual rara avis.
Disculpen el rodeo. Pero hay, en fin, efemérides de variada laya y color. Gratas o cruentas. Vigentes o apolilladas. El paso del tiempo, como los espárragos verdes, se arracima entre ramilletes y manojos de años. Por eso ahora, en versión localísima, celebra uno en la intimidad hogareña los 30 años de emisión de Libre y Directo, el programa deportivo de la Cadena Ser en Sevilla. La nostalgia suele ser tramposa. Uno encanece, se mira al espejo y advierte que casi todo va tomando el cariz de una retroproyección. En lo particular, no me resulta petulante decir que con Libre y Directo se ha ido ahormando parte del decurso de mi vida y, al alimón, la de muchos otros amigos, divididos en sevillistas y béticos, aunque sin la crudeza divisoria, como decía en mi rodeo, de chipriotas de uno y otro lado.
Tres décadas han pasado desde que escucho el parte del fútbol en la hora mixta del almuerzo y el grávido relajo de la siesta. De 1994 en adelante se formó el corifeo de voces y micrófonos de Santi Ortega, Manolo Aguilar y Florencio Ordóñez, sin olvido, mientras corrían los años, de José Manuel Oliva, Víctor Fernández y, por supuesto, del maestro Araujo y Fran Ronquillo. En 1994 yo sólo era un veinteañero confuso (el tiempo sólo ha edulcorado el extravío). Como uno se debe a su consumo de drogas blancas (la radio es una), a los citados fui incorporando nuevas voces amigas de otras cadenas de radio (incluyo los podcasts casi sinodales de Muchodeporte).
De junio a mitad de agosto, el largo solsticio es un incomprensible erial sin liga de fútbol. Y, sin embargo, es ahora –y pese al incordio de la Olimpiada– cuando anda uno más presto por escuchar qué se cuece en torno a su equipo. El estío nos trae desgano. Pero saber de hablillas y fichajes sigue siendo, treinta años después, el principal asunto sin el cual uno no concibe otro día más del tórrido y aplastante verano. Con treinta y pico, a los cuarenta o, frisado el medio siglo, seguimos igual que en 1994, el de aquella Sevilla marchita y post Expo. Hoy como ayer, sigue uno atento al oráculo de Libre y directo.
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