La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Éramos más libres

Nuestros 'influencers' eran los Beatles, Lovecraft, Dylan, Serrat, Brassens o los libros que nos recomendaba Duval

Leo Sevilla en manos de los influencers del compañero Navarro Antolín y me vengo abajo. Nuestros influencers -me refiero a quienes nacimos en los años 50 y fuimos adolescentes y jóvenes en los 60- eran Herman Hesse, Tolkien, los Beatles, Lovecraft, Dylan, Brel, Serrat, Brassens (su LP Suplique pour être enterré a la plage de Sète en el escaparate de Casa Damas), el soul de Atlantic y Tamla-Motown, las películas del cine club Vida y los cine clubs universitarios -más el Trajano desde que se convirtió con Repulsión en sala de Arte y Ensayo en noviembre de 1967- pero también las de Bond y Leone, los libros que nos recomendaba André Duval en su librería Montparnasse... Muchos éramos socios del Círculo de Lectores que nos proporcionaba clásicos -la fantástica colección con distintivo gris (rusos), azul (franceses), negro (alemanes) o rojo (españoles) en la que leímos por primera vez a Tolstoi, Hugo, Maupassant o Mann- y magníficos bestseller de Leon Uris, Morris West, Maxence Van der Meersch o Chichton. En mi casa había más libros, por la profesión y afición de mi padre, pero en muy pocas faltaban obras de Stephan Zweig, Dickens, Gironella, Harper Lee, Agatha Christie, Harold Robbins, Frank Yerby, Somerset Maugham, Simenon, colecciones de premios Nóbel o antologías con lujosas encuadernaciones. Y en nuestros cuartos, en los de todos nosotros, estaban las novelas de infancia y primera adolescencia de Enid Blyton, Zane Grey, Louis Lamour, Julio Verne, Walter Scott, Stevenson o Salgari.

No estoy hablando de un grupo selecto y elitista, sino de mis compañeros y amigos del colegio San Miguel y el instituto Martínez Montañés que inauguramos hace justo 50 años: hijos de empleados de banca o de distribuidoras de películas, de propietarios de bares modestos que se pasaron toda su vida tras la barra o de mayoristas de ferretería, de periodistas o de abogados. Unos un poco más desahogados y otros menos, pero todos pertenecientes a esa agradable y honrada clase media o pequeña burguesía de la que siempre me he sentido parte. Aurea mediocritas. O por decirlo con las hermosas palabras con las que Blanco White recordaba Sevilla desde el exilio: "contentamiento y bienandanza, modesto bienestar ensanchado por la alegría y por la mesura de los deseos, honrada mediocridad". No entro en si éramos mejores o peores. Pero sí éramos, pese a vivir bajo una dictadura, más libres.

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