La ciudad y los días

Carlos Colón

Un libro para sobrevivir a las 'setas'

SON casi mil páginas, sí. Y cuesta casi 40 euros, lo sé. Pero si tienen tiempo y dinero no dejen de comprar y leer París-Nueva York-París: Viaje al mundo de las artes y de las imágenes de Marc Fumaroli, recién editado por El Acantilado. El precio es temible pero a las mil páginas no han de temerles: se lee de un tirón porque se trata de un ensayo en forma de diarios de viaje que tiene la vivacidad de la observación anotada sobre la marcha, la profundidad que da a esas observaciones el impresionante bagaje cultural del autor y la apasionada vehemencia del cabreo.

Ojeaba el libro recién comprado mientras pasaba bajo las setas de la Encarnación. Y si bien es cierto que no cayeron derribadas por las reflexiones de Fumaroli sobre las falacias de un cierto arte y una cierta arquitectura que se autolegitiman por los títulos de nobleza "moderna", "contemporánea" o "vanguardista", repartidas a su capricho por los monarcas de las artes que han secuestrado la libertad de opinión tanto como sus regios antecesores absolutistas secuestraron las libertades públicas, también es cierto que permitieron que las setas no me derribaran a mí. Sólo nos queda la resistencia. Ya escribió Pasolini que la única palabra que nos han dejado es no.

En el capítulo El cuartel general de la deslocalización escribe Fumaroli: "La tendencia inexorable a vaciar la Urbs, la ciudad, y a sustituirla poco a poco, aquí y allá, por un no-lugar en expansión se ha extendido por etapas… Como si los espacios dedicados a los invasores de la nada no fueran aún lo bastante espectaculares y fuera preciso aún hacer el sacrificio de los últimos lugares en los que se tuviese derecho a detenerse, contemplar, aprender, admirar, amar". Y prosigue lamentando algunas actuaciones en París: "Una mano de hierro sin terciopelo pesa sobre París, manejada por un Estado Mayor que hace pasar a segundo plano el servicio público de la conservación y de la transmisión para consagrarse a la democratización de la menos popular de las culturas, el Arte contemporáneo. ¡Cómo debe lamentar ese Estado Mayor no contar con los poderes y los recursos del Comité Central del Partido Comunista chino, que en menos de lo que cuesta decirlo destruyó el viejo Pekín para hacer en él una exposición universal de Arte contemporáneo arquitectónico!".

Pasando bajo las setas, viendo tras ellas los bloques de Imagen e intuyendo el cráter del metro que reventará la plaza del Cristo de Burgos, repetí despacito, sólo para mí mismo: "… Sacrificio de los últimos lugares en los que se tuviese derecho a detenerse, contemplar, aprender, admirar, amar".

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