Poco a poco, al lento ritmo que nos viene impuesto por el mandarinato vigente, la gente va llenando las calles, los animales vuelven al campo, los pavos al Alcázar y ya no hay por qué martirizar al perro con paseos interminables. La normalidad, no sé si nueva o la de siempre, ha vuelto, los coches circulan y la vegetación dice que fue bonito mientras duró. Los ocho magnolios y los acantos de la plaza de la Concordia se están resintiendo de esa normalidad que va imperando en nuestras vidas y aquel espléndido verdor pierde fuerza. Algo bueno debía tener el confinamiento y crujir de dientes y era cómo la Naturaleza se había venido arriba al mismo compás que los humanos nos veníamos abajo. Tanto, que hay otra lista de espera que le echa un pulso a la del SAS y es la de cómo son numerosos los damnificados de la pandemia locos por una cita con el psicólogo.
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