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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

¿Cómo llamamos al Aeropuerto?

Blas Infante no fue una figura central de los convulsos tiempos que le tocó vivir, como Suárez o Tarradellas

Aún andamos algo turbados por la Propuesta No de Ley presentada por Íñigo Errejón en el Congreso de los Diputados para cambiar la denominación del Aeropuerto de Sevilla, que pasaría de llamarse San Pablo a Blas Infante, personaje histórico calificado por los mitómanos, tahúres de la política y cuatro nostálgicos del complot de Tablada como "padre de la patria andaluza". La sorpresa es mayor si tenemos en cuenta que la autora intelectual de esta PNL es Esperanza Gómez, una política formada e inteligente a la que el sectarismo de la galaxia morada andaluza le ha impedido llegar (aún) a más altas cotas. Por ahora queremos pensar que tal exceso es producto de esta moda del andalucismo que están abrazando con entusiasmo la práctica totalidad de los partidos políticos, incluso la derecha más autoconsciente que, en la intimidad de los bares, sigue llamando a la blanca y verde "la bandera del Betis". Consideramos la propuesta como un dislate por varios motivos. El más importante es que concede al personaje un peso excesivo en la historia de la región, como bien comentaba ayer en estas páginas Manuel Gregorio González. Blas Infante fue un notario, político e intelectual asesinado miserablemente por el bando franquista en la Guerra Civil, pero de ningún modo podemos hablar de una figura central. Cualquier comparación con figuras como Suárez o Tarradellas -que sí fueron decisivos en la Transición y cuyos nombres han servido para rebautizar los aeropuertos de Barajas y El Prat- es completamente forzada. No deja de ser curioso que en unos momentos en los que todos se esfuerzan en desmontar los mitos de la construcción nacional española, heredados en su mayoría del liberalismo decimonónico (desde Covadonga hasta el 2 de Mayo, pasando por los Reyes Católicos y Numancia), se estén erigiendo otros de carácter regional y más bajo vuelo. Mitos de barro para unos tiempos de plástico. No es el primer intento de cambiarle al Aeropuerto su actual nombre, San Pablo, que nos remite a esa antigua geografía de huertas y cortijos, heredades y donadíos, del primer anillo del alfoz de la ciudad (como Santa Justa, Los Remedios, Huerta del Rey…). Hubo un intento bucólico de bautizarlo como Doñana, pero, claro, los onubenses se pusieron de uñas y no era cuestión de resucitar un conflicto cantonal por tan anecdótico asunto. España es un país en el que el garrote siempre está listo. Como ahora andan por las redes haciendo propuestas, perpetraremos la nuestra: dejemos el que está, y si molesta lo de san por la cosa confesional, llamémosle Pablo de Tarso, que al fin y al cabo fue un personaje viajero y con efectos globalizadores, como la aviación civil.

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