NUNCA tiro una llave. Me refiero a esa llave que aparece por casa prendida de una anilla y un cartel de plástico en el que debías haber escrito el nombre de la cerradura a la que correspondía y no lo hiciste en su momento. Imagínese, si no tiro una llave cuya cerradura desconozco ni mucho menos se me ocurre deshacerme de una que frecuento. Si no escribí su identidad en aquel instante en el que la llave vino a mi mano tras haber llegado a casa una nueva cerradura, bien sea de una puerta, armario, cajón, cómoda, caja de caudales, despensa o candado, si no lo hice en ese momento digo, es cuando se engendra el ansia. El no haberla hermanado, entonces, a su destino concreto quizá fuera debido a la evidencia de su necesidad que le di en su origen, tanto que vi innecesario marcarla. Era, pues, seguro que había que utilizarla para abrir o cerrar una puerta que ni si quiera pensé que fuese necesario desprenderla de la anilla para sacar el plástico y el de papel donde escribir el nombre del trinquete en el que cabía.

Un pequeño y breve gesto que se prolonga a la eternidad. Una condena de la que no podrá liberarse esa llave. Empiezo a analizar la llave que coloco en la palma de mi mano para observarla con detenimiento y comenzar así una investigación recordatoria. Lo hago a través de una serie de preguntas de las que pretendo conseguir la respuesta cuyo final concluye en la misma contestación: un interrogante. La miro y voy desechando cerraduras en función del tiempo que ha herido la llave. Si tiene una pátina de óxido elimino cerraduras nuevas o busco con mi recuerdo fechas de los cerramientos de la casa. Las descarto por sus propios puntos que corresponderían a puertas de casa principales. Analizo su calidad y de ésta manera sigo el camino del descarte. Este ejercicio me lleva a coleccionarlas en tarros de cristal para que su visión me recuerde que tengo muchas puertas que abrir pero porque están cerradas. Y tras una puerta, un cajón cerrado siempre hay algo por descubrir. Hasta el vacío está lleno de tu vida. Es un juego muy seductor. Incluso conmovedor y poético. Esos tarros están llenos interrogantes que anhelan respuestas: ¿me he perdido algo? ¿Hallaré algo sorprendente? Quizá tenga un toque femenino, la llave, además de su género por lo del hecho romántico que tiene abrochar un candado y después de jurarte amor eterno tirarla al fondo del río Sena, en París, o en el del Guadalquivir en Sevilla. Tanta turbación cuya solución es tan simple como llamar a un cerrajero en caso de pérdida de la llave.

Pero dar con la llave y su cerradura hace que brote en mí un placer tremendo por la sensación de orden que me sobreviene. Es cuando esa llave perdida es una más, pero ¿y si no se produce el encuentro? ¿Por qué no tiro nunca una llave? Quizá la literatura sobre la intranquilidad sea parte de mi carácter.

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