La lluvia en Sevilla

La lluvia en Sevilla

Deben implantarse nuevas mejoras para que Sevilla no retroceda varias décadas cada vez que llueve

Llámase este artículo de hoy como el espacio que lo alberga, La lluvia en Sevilla. Permítanme la persistencia. "La lluvia en Sevilla es una pura maravilla", vocalizaba a duras penas -en la traducción al español- la Galatea de My fair lady ante su señorito repelente. Como la muchacha venida del pueblo que soy, venero la lluvia: el agua que cae del cielo limpia el aire hediondo de estos días, y será trigo y azahar mañana. Como escritora y sedienta lectora de poesía, también estoy afiliada sentimentalmente al aguacero. La lluvia en Sevilla es una maravilla porque aquí no llueve a menudo. De ahí su eterna novedad, nuestra mirada atónita bajo el toldo pingado, nuestra ancestral torpeza con el paraguas. Con gabardina se nos antoja que vamos de incógnito. Si el sol da un candilazo, salimos a pisar el cielo de los charcos pero, en cuanto vuelve el chaparrón, corremos engalgados como si temiéramos ser efervescentes, anulamos las citas, nos guarecemos en casa, me recojo el pelo. Lo sabemos: la lluvia en Sevilla también puede ser una auténtica pesadilla. No llueve a menudo pero, cuando lo hace, descarga a la monzónica, nos cae La Mundial.

Sevilla no está preparada para la lluvia. Ni parece que vaya a estarlo en un futuro, al paroxismo con goteras del Primark me remito. Ya en los arrabales no hemos de temer a las crecidas del río y sus sierpes. Pero -matemático- es caer tres gotas y anegarse muchas calles, y no tragar los sumideros, y animarse las goteras, y cantar los pozos negros, e hincharse los postigos, y pudrirse los espartos, y saltar la luz, y chillar alarmas, y colapsarse el tráfico, y esperar pegada a la pared a que un coche alce una ola a su paso. Comprendo que, entre otras, las condiciones orográficas y freáticas de Sevilla la llana no son las mejores para asimilar chaparrones. También me constan las batallas que, desde antiguo, la ciudad les lleva ganadas a las aguas. Pero creo que, a esta altura del siglo, algunas mejoras podrían ingeniarse e implantarse para que la Sevilla actual no retroceda varias décadas si llueve. "La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado", decía Borges. Ya, pero que eso no implique que viajemos en el tiempo cada vez que arrecia.

Cuentan que hace mucho a la Virgen de las Aguas, estando de procesión, la descalzaron de un zapatito, dieron con él en la riada y ¡zas! las aguas se retiraron. Ha llovido mucho desde entonces. A falta de milagros del cielo, esperamos más remedios terrenales.

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