EN espera de que nos corten el grifo a partir del 10 de noviembre si sigue sin caer una gota de agua del cielo, lo que llovieron ayer en Sevilla fueron goles. Hasta 13. No se veía una cosa igual desde un 10-3 en un Sevilla-Valencia de la temporada 1940-41. Ya ha llovido. Aunque no lo parezca.

La lluvia se repartió esta vez desde Nervión a Heliópolis para que toda la ciudad oliera al mejor perfume natural, el del petricor. Los sevillistas se divirtieron de nuevo, como en sus tres partidos caseros anteriores ante Rayo, Valencia y Espanyol. Y esta vez con las gradas a pleno pulmón. Jugar con Delaney más Óliver Torres junto a Fernando, en lugar de ese dúo Rakitic-Jordán, cuyo fútbol suena a bambalinas, dotó a los de blanco de una intensidad y verticalidad que Suso y Munir redondearon desde fuera.

Mientras los sevillistas retornaban a casa solazándose al recordar la fantástica volea de Óliver, los béticos salían de sus hogares camino del sur de la ciudad dispuestos a prender otra hoguera verde para que el equipo de sus amores diera el salto definitivo a la azotea de la tabla.

Crepitaba la ciudad a esas primeras horas de la tarde. Bullía el fútbol como lo concibe Sevilla, con los dos equipos en el eje gravitatorio y cierto clásico del Camp Nou como un anecdótico satélite.

Y el fuego verde prendió de nuevo. Y la fiesta fue completa para que hoy, entre medias tostadas y enteras, unos y otros, con las guasas entrecruzadas, inicien la cuenta atrás para lo que se anuncia el 7 de noviembre en La Palmera. El Sevilla viaja a Mallorca y recibe a Osasuna y Lille antes. Mientras, el Betis, recibe al Valencia y visita al Atlético y al Bayer Leverkusen. Demasiadas batallas aún. Pero que hoy, al echar un vistazo a la tabla, los dos luzcan tan alto, ha activado el reloj mental.

Como le hacía repetir Rex Harrison a Audrey Hepburn en My fair lady: “La lluvia, en Sevilla, es una maravilla”...