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La lluvia y yo

Nunca llueve a gusto de todos, ni siquiera de aquellos a los que nos gusta todo de la lluvia

De la lluvia me gustan hasta sus detractores, porque me recuerdan, por contraste, cuánto me gusta la lluvia. Estoy tan agradecido que ni los pongo en el brete de preguntarles si son de los concienciados por la desertización y contra el cambio climático.

Entiendo que la lluvia ponga melancólicos (o más melancólicos aún) a los ingleses y a los belgas. Para un meridional, la lluvia es una fiesta. En la poesía de Aquilino Duque es una bendición: "Bendita el agua porque da la vida". Y con un poco de suerte, algo más: "Qué pena que no viniera/ un diluvio universal/ y se lleve del alcalde/ al último concejal", que son versos que en estos tiempos se leen con especial ilusión. También canta muy alto a la lluvia un castellano, Claudio Rodríguez, que la ve como la gran limpieza del mundo. Tanto le alegra que, en un verso redondo, cae en la alegría de darse cuenta de que el agua de lluvia "no tiene sal de lágrimas".

Ya ha pasado, ay, la borrasca Gloria, que en otras provincias ha sido tremenda, pero que en Cádiz ha hecho honor a su nombre. Hay quien dice que la lluvia está muy bien siempre que no tengas que salir de casa. Precisamente. ¡Si ella me hace la fermosa cobertura para quedarme a buen resguardo tras la ventana…!

Dios mío, iba ahora a explicar lo bien que se llevan la lluvia y los cristales, cuando he recordado que le dediqué una columna a la lluvia, en noviembre, cuando también llovió a base de bien, y que ya hablaba de las ventanas. "La lluvia es una cosa/ que, sin duda, sucede en el pasado", avisó Borges, y eso explica que uno vaya y vuelva con el mismo artículo debajo del brazo, si se descuida. Lo que la lluvia puede hacer conmigo no me extraña, conociendo y esperando lo que empezará a hacer con el campo el mes que viene, en cuanto el sol dé su empujoncito. Le pregunté a un amigo, muy ingeniero agrícola, si hay alguna forma de ir sabiendo cuántos litros van cayendo durante el año. Me respondió que mal, porque hay pocas estaciones meteorológicas, pero que perdiese el apuro, porque Dios lo sabe. La lluvia es capaz de poner lírico al ingeniero más exacto que conozco.

Nunca llueve a gusto de todos, ni siquiera al mío, porque siempre es poco. Avaricioso de los verdaderos tesoros, lamento no habitar una casa con patio por vivir alrededor de un pozo de luz y me encantaría tener un aljibe para guardar adentro la lluvia todo el año. Por eso, la recojo en mis artículos.

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