Cuando el Grande Torino que lideraba Valentino, el padre de Sandro Mazzola, se estrelló en Superga, un servidor hacía uso de la razón aún menos que ahora, por lo que no tengo constancia de aquello. Sí me quedó grabada la repercusión que durante mucho tiempo tuvo aquel accidente. El Torino, el equipo de la mayoría de los piamonteses, era considerado como el mejor del momento y su desaparición fue un dolor muy duradero.

Sí me traumatizó la tragedia del Manchester United, que ocurrió en febrero del 58 y por entonces ya llevaba un servidor ejerciendo de aficionado algún tiempo. Y si lo del Torino fue un drama de gran repercusión mundial, lo del United fue tremendo. Un equipazo liderado por el portentoso Duncan Edwards y del que quedó un superviviente ilustre, jovencísimo a la sazón y que llegaría a ser considerado estrella indiscutible del fútbol universal, Bobby Charlton.

Hubo más tragedias aéreas en el fútbol, pero las de Torino y United se llevan la palma por la repercusión que esos equipos tenían en el momento de sus catástrofes. Lo del Torino ya queda muy lejos, en la del United hubo supervivientes y la más cercana fue la del Alianza de Lima en 1987, pero todo queda como renovado por la tragedia de los brasileños del Chapecoense. Iban a una fiesta jamás vivida y una broma macabra convirtió el jolgorio en su tumba.

Un jolgorio previo que nos ha llegado vía selfies y demás para ponernos los pelos como escarpias. Y servidor de usted, que se llevó media vida volando con nuestros equipos y que vivió más de una situación inquietante, ve cómo el ánimo se queda a media asta poniéndose en el lugar de esa pobre gente que no llegó a la meta porque, según parece, el avión se quedó sin queroseno. Un drama evitable y un suceso que viste de luto al fútbol de todos los confines universales.