Jornada absolutamente negativa para los nuestros la del carpetazo a la primera vuelta y en la que quedó palmariamente demostrado el bajón del Sevilla como visitante y la inoperatividad en ataque del Betis. En Bilbao surgió espléndida la figura de un joven futbolista que llevaba la friolera de dos años y pico sin marcar ante su gente, mientras que en Heliópolis se demostró que no hay peor cuña que la de la misma madera.

Cronológicamente, la actuación del Sevilla en Bilbao fue un espanto, aunque dejando claro que existe una diferencia abismal entre su Unidad B y la del Athletic a favor sevillista. Si el jueves, los reservas sevillistas le daban sopas con honda a los de los otrora leones, el domingo eran los titulares quienes decantaban el pleito a favor de los vascos. Y en la cima de la tarde, una especie de pantera negra llamada Williams que se comió literalmente al sistema defensivo blanco.

Poco después, el Betis ante un Real Madrid circunstancial que sacó petróleo en el subsuelo del Villamarín gracias al alarde de absentismo profesional de un futbolista que en los cinco minutos que estuvo en cancha se las avió para arruinarle la noche a su equipo. Rara vez se ve en el fútbol profesional un lance como el de Boudebouz para facilitar el gol de Ceballos cuando apenas quedaba tiempo. Una traición como quitarse de la barrera es algo que en la élite no se da.

Hasta ese fatídico minuto 88, el Betis había acumulado más méritos que el Madrid, pero eso de jugar sólo a no perder el balón está viéndose que es poco rentable. Tuvo el balón más del doble de tiempo que su rival, pero no creo que Keylor tuviese una perentoria necesidad de ducha tras el juego. Fue un mal domingo que compartieron Betis y Sevilla, como un nefasto cierre de la primera parte de una Liga que está dando la sensación de ser la adecuada para hacer algo sonado.