La tribuna

francisco J. Ferraro

El malestar de la globalización

HACE ya casi tres décadas que los movimientos anticapitalista tomaron a la antiglobalización por bandera al percibir los efectos negativos de la globalización en amplios colectivos de clases medias y bajas, y que tenía entre sus principales consecuencias la deslocalización industrial a los países emergentes, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo, la presión a la baja de los salarios y el aumento de la desigualdad. Frente a esta percepción, la posición académica dominante en el ámbito económico mantenía que la globalización generaría un aumento de la riqueza global, una disminución de la pobreza y una distribución de la renta menos desigual en el mundo.

Pasados los años, los datos disponibles permiten concluir que ambas puntos de vista tienen parte de razón. Un reciente libro del economista Branko Milanovic pone de manifiesto que el notable aumento de la renta mundial entre los años 1988 y 2008 se ha distribuido de forma desigual por países y por niveles de ingresos. El análisis de los presupuestos familiares de 120 países que representan cerca del 95% del PIB mundial pone de manifiesto que el 10% de las personas que tienen menores niveles de renta en el mundo han aumentado sus ingresos en torno a un 30%, y a partir de los más pobres el aumento de ingresos en los veinte años contemplados mejora más intensamente hasta los que tienen entre el 50 y 60% de la renta media mundial, cuyos ingresos aumentaron en torno al 80%. Sin embargo, a partir de este nivel las mejoras se van reduciendo hasta casi desaparecer para los que tienen en torno al 80% de la renta media mundial (estancamiento en el mismo nivel de renta en veinte años). Finalmente, los de mayores niveles de renta la aumentaron en torno al 60%.

Lo relevante, por tanto, del estudio es que los sectores de rentas medias y medias-bajas de la población mundial han mejorado notablemente su posición, lo que se corresponde con los segmentos de clases medias de los países emergentes (y los de rentas más bajas de los países desarrollados), mientras que los que se han beneficiado menos (o han resultado perjudicados) del proceso de globalización han sido las tradicionales clases medias y medias bajas de los países desarrollados, que son las que perciben negativamente el proceso de globalización. Son estos sectores la base social del apoyo a Trump o al Brexit, y de los movimientos populistas en los países de la Unión Europea que o bien demandan políticas proteccionistas y antinmigración (populismos de derechas) o un aumento de la protección social y de la redistribución de rentas (populismos de izquierda).

La globalización ha permitido salir de la pobreza a más de mil millones de personas de los países de bajo nivel de desarrollo, aumentar la esperanza de vida, mejorar los estándares sanitarios, educativos, de consumo y las libertades individuales y políticas, y, en consecuencia, debería ser saludada positivamente por los movimientos sociales que persiguen mejorar las condiciones de vida de los más necesitados, pero se muestran reacios ante la globalización por sus efectos en las capas medias y la creciente desigualdad en los países desarrollados.

Sin embargo, los cambios en la estructura social que se están percibiendo en los últimos años vienen determinados por transformaciones tecnológicas y económicas inevitables. Por una parte, los cambios tecnológicos están permitiendo reducir los trabajos más pesados y rutinarios por máquinas y robots, lo que conlleva la estandarización de los trabajos y, en consecuencia, al abaratamiento de múltiples actividades anteriormente desarrolladas por empleados de capas medias y bajas en los países desarrollados. Por otra parte, la globalización intensificada por la hiperconectividad acelera la tendencia a que rija la ley de un solo precio en el mercado mundial, no solo para los productos industriales sino también para los servicios y los trabajos estandarizados que pueden ser realizados en cualquier parte del mundo, por lo que los salarios tienden a converger.

Ante esta dinámica económica y tecnológica, las actitudes y políticas de resistencia proteccionista tienen muy corto recorrido, por lo que lo más sensato es especializarse en aquellas actividades productivas que generan rentas más elevadas y que son las actividades más exigentes en capital humano. Y para ello no hay mejor inversión que la formación, ni mejor política industrial que mejorar la capacidad adaptativa del sistema productivo y crear incentivos favorables a actividades innovadoras y orientadas a los mercados globales. A su vez el sector público deberá seguir sosteniendo a los sectores menos favorecidos de la sociedad, si bien de forma eficiente y evitando los incentivos perversos de las prestaciones públicas.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios