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Francisco Correal

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Una maleta de mimbre

Resulta curioso que haya sido la nueva política la que haya rescatado los viejos mensajes de rencor

En La gata sobre el tejado de zinc hay un diálogo fascinante entre padre e hijo. Palabras surgidas de la obra de Tennessee Williams llevadas al cine por Richard Brooks. Dos gigantes de la palabra que daban vida a dos gigantes de la interpretación. Burl Ives, un cacique hecho de la nada, se confiesa ante su hijo, encarnado por Paul Newman, un antiguo jugador de rugby reconvertido en crítico deportivo que camina hacia la autodestrucción con la ayuda del alcohol. La gata sobre el tejado de zinc era Liz Taylor. El padre le dice al hijo que se hizo millonario después de heredar de su progenitor una maleta de mimbre que sólo tenía dentro un uniforme de la guerra contra los españoles. Las guerras de nuestros antepasados, como la novela de Delibes.

España, afortunadamente, ya no está en guerra contra nadie. Las guerras de la maleta de mimbre nos dejaron sin las últimas colonias pero también nos abandonó el desodorante. Los españoles se dedicaron desde entonces a guerrear entre ellos mismos. Siempre estamos en la enésima guerra carlista. La primera fue tan sonada que la noveló Pío Baroja y mereció el interés y algún escrito de Carlos Marx. El patrono de esos marxistas reciclados que ahora pasean por las tertulias de las radios y las televisiones rescatando de sus maletas de mimbre la antigualla del No Pasarán.

En un periódico cuyo primer número salió a la calle justo 45 años antes del día de las elecciones madrileñas, en el mismo día Fernando Savater pedía el voto para Isabel Díaz Ayuso y Antonio Muñoz Molina se perdía en las musarañas de la imaginería intelectual en un artículo completado con una foto de la presidenta de la Comunidad de Madrid, destinataria de todos los vicios de la nueva política. Es saludable esa transparencia de los intelectuales. Savater publicó una novela, Caronte aguarda, en cuya portada aparecía el duelo a garrotazos del cuadro de Goya. Y Muñoz Molina, una de nuestras más firmes esperanzas para el Nobel, se permitía el desliz de flirtear en una pieza literaria con el panfleto.

La política arrastra al cieno incluso a la literatura. Comunismo. Fascismo. Las dos hidras del siglo XX. Junto al nacionalismo, según el recuento de Stefan Zweig. Sicarios ideológicos que se necesitan, como el virus y la vacuna. Resulta muy curioso que la llamada nueva política sea la que resucite estos viejos mensajes de odio y rencor que tanto rédito dan en los mítines y tan mala espina en las conciencias de la gente sensata, que confiemos que no sea la juanramoniana inmensa minoría.

En la foto del primer Gobierno de los tiempos de la pandemia, el presidente y el primer ya ex vicepresidente se han bajado al ruedo y al ruido de la campaña. Con la tendencia de Pablo Iglesias a hibernar en el regazo de su ombligo, su egolatría no le permitiría nunca cambiar una vicepresidencia nacional por otra autonómica. Su apoyo a Gabilondo, la doña Rogelia de Pedro Sánchez, no sería nunca gratis. No se conformaría con una maleta de mimbre. Es una de las incógnitas del 4 de mayo. Campaña que termina, como mandan los cánones de Goya, el 2 de mayo.

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