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La maza

El turno de oficio para delitos de maltrato a las mujeres es casi un sacerdocio: mal pagado y de escasa visibilidad

No se fuerza el género si al refrán (a Dios rogando…) se le encaja la humilde, práctica y popular maza, que, humilde, cumple con su función tan eficazmente. Con la maza dando. Hay en la vida dos tipos de personas muy necesarias: aquellas que vigilan la realidad, la miden, la auscultan y hacen un diagnóstico científico y limpio y aquellas que habitan la realidad misma, remangándose para enmendar aquello que les parece está sucio, roto, descosido. De ambos tipos andamos necesitados, mientras tenemos un stock verdaderamente notable de los que hablan mucho y hacen poco, hablan mucho y no dicen nada. La semana que abandonamos ayer, mediante decisión de ONU y en recuerdo de las hermanas dominicanas Marival se ha conmemorado (celebrado, nunca) el Día Internacional contra la violencia machista, permítanme que use la expresión que creo más precisa. No seré yo de quienes desprecien esos días y gasten horas en señalar su inutilidad: lo que de verdad no vale es lo invisible, lo que no se sabe, lo que no se señala. Pero, es cierto que hay quien se acuerda de Santa Bárbara cuando truena o lo decide la ONU, y hay quien trabaja todos los días. Hoy quisiera hablar de ellas, las que curran a pie de obra. Los actos menos grandilocuentes suelen ser los más grandes. El Colegio de la Abogacía de Sevilla (queda poco para que se llame oficialmente así) abrió hace unos pocos años un turno de oficio para los delitos de maltrato contra las mujeres. Fueron valientes porque se trata de un servicio -mediante convenio con la Junta- mal pagado, de escasa visibilidad profesional y mediática y corto de recursos. Pero existe y funciona. Allí es veterana la abogada Amparo Díaz, que asiste como colegiada, sí, y además de defender se implica, detecta las carencias y comprueba como las leyes son para quienes las trabajan y que, sin medios, pueden ser papel mojado. Díaz suele colaborar con periódicos y participar en coloquios, seminarios y charlas y siempre es útil y sensato lo que dice. Lo suyo, a tenor de cómo históricamente se entiende el compromiso, es casi un sacerdocio. Y exactamente sacerdocio, aunque Roma no las quiera llamar así, es el que ejercen las monjas de Villa Teresita.

Esta pequeña y humilde congregación, en sede desconocida por razones de seguridad (hay que fastidiarse), da abrigo a mujeres prostituidas, víctimas de trata y procedentes de países, uno en concreto, de África. Allí las esconden, las protegen, cuidan que sus hijos lleven una vida normal y, cuando amaina el peligro les buscan trabajo. Gracias a Salvador Diánez supe de su titánica obra y hasta compartimos charla un día. Me impresionaron la determinación de sus rostros, la suave firmeza de sus palabras. Supe a qué mafias se enfrentan y se me pusieron los pelos de punta. Amparo, las hermanas (vaya si son hermanas) de Villa Teresita: con la maza dando.

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