La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

En memoria de Ennio y Manuel María

Nunca he vivido el efecto de la música sobre el público como en el estreno de 'El bueno, el feo y el malo'

He vivido muchas veces cómo la música multiplicaba la emoción de una película, arrastrando con ella al público como si fuera una ópera. Los colores puros diseñados por Saul Bass para la apabullante presentación de West Side Story. La obertura de Lawrence de Arabia (asombro compartido con Scorsese: "Una de mis primeras grandes experiencias en un cine fue, antes de que las cortinas se abrieran, oír la obertura de Lawrence de Arabia"). La música de Maurice Jarre mientras Zhivago rompía una ventana de la casa helada para ver por última vez a Lara. La nave y la estación espacial valseando con El Danubio azul en 2001: una odisea del espacio. Las asociaciones "imposibles" de Michel Legrand y Beethoven en Lola, de Johnny Greenwood y Brahms en Pozos de ambición o de Tavener y Smetana en El árbol de la vida. Y, tal vez sobre todas ellas, el largo del concierto para flauta dulce en Do de Vivaldi mientras la cámara avanza hacia el rostro devastado de Ana Magnani en Mamma Roma. Pero nunca he vivido que una música hiciera rugir a un público como las que Ennio Morricone compuso para Leone. Dos ejemplos me bastan.

1966. Tarde de domingo en el Nervión Cinema (un excelente edificio de Antonio Gómez Millán que nunca debió derribarse). Patio y platea abarrotadas hasta la primera fila. Inicio. Un paisaje desolador. Un jinete a lo lejos. Un disparo. Suena una siciliana arpa de boca e se inicia la melodía con un silbido. Y se oye un murmullo de regusto. El público está ganado, electrificado. Y así seguirá hasta que el carillón de un reloj introduzca el tema de trompeta en el duelo final.

1968. Cine Cervantes. Primer pase del estreno de El bueno, el feo y el malo. Patio de butacas lleno hasta la primera fila. Las tres plateas en herradura abarrotadas hasta los extremos cercanos a la pantalla. La larga presentación de Sentencia, Tuco y el Rubio con los planos congelados en los que se les identificaba como el malo, el feo y el bueno con las famosas dos notas de Morricone. Hubo hasta aplausos. Y así hasta la culminación con Tuco corriendo entre las tumbas mientras suena El éxtasis del oro, el duelo a tres con el fondo de Il triello y Tuco, ahogado por la soga, intentando gritar "¡Rubioooo, vuelveeee!" mientras entra el tema principal. Nunca he vivido algo igual en una sala de cine. En memoria de Ennio y de Manuel María Ruiz Delgado, con quien viví aquel momento.

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