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Tras el mensaje del Rey

La Monarquía podría estar comprometida precisamente por su inequívoca defensa de la democracia y España

La reacción de alivio ha sido tan inmensa, tan palpable, que podríamos caer en la tentación de que ya está hecho todo. Pero sería un grave error, un imperdonable error que el gran discurso de Felipe VI no fuera acompañado de las medidas políticas que recojan su espíritu y hagan saber, dentro y fuera de España, que el Estado mantiene su determinación de defender la unidad, la libertad, el orden constitucional y la verdad de su razón.

Sin embargo, cuando esto escribo, no se atisba la necesaria reacción gubernamental. Más aún, la misma prensa que ha acogido con entusiasmo las palabras del Rey comienza a especular con la posibilidad de que Mariano Rajoy tenga la tentación de mantener su inexplicable dejación, su incomprensible forma de manejar la crisis, hasta después de una hipotética declaración de independencia por parte de la Generalidad. Pero si así fuera, además de cometerse un abisal error de cálculo, se pondría en muy difícil situación a la Corona, ya que don Felipe cruzó el Rubicón en defensa de España y de su pueblo. Los reparos al discurso de la cúpula socialista, la rabia indisimulada de Podemos no dejan margen de duda: si la sedición sigue adelante, si el Gobierno no actúa con la necesaria contundencia y no controla la situación prerrevolucionaria antes de que el enfrentamiento se extienda a toda la política española, el futuro de la Monarquía podría estar comprometido precisamente por su inequívoca defensa de la democracia, de la Constitución y de España en esta hora tan difícil. Algunos no se lo van a perdonar.

Es evidente que los secesionistas, esas autoridades desleales y golpistas a las que el Rey acusó con una claridad que nadie ha tenido, van a seguir con su programa de voladura de la convivencia y la libertad en Cataluña. El Gobierno no puede darles la oportunidad de, tras una declaración de independencia que parece estar esperando, volver a ser el foco de la atención mundial con las masas en la calle, la Policía desbordada y el victimismo por bandera. Tras el discurso de don Felipe y su inmensa aceptación popular, Mariano Rajoy tiene que abandonar su insoportable pasividad. Más allá de su probada ineptitud, acompañada de un Gobierno cuya cobardía y falta de dignidad nos avergüenza a todos los españoles, es de esperar que no incurra en algo infinitamente más grave: la traición a España y al Rey.

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